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La Corona De Bronce
Stefano Vignaroli
AГ±o 2018: del emblema del Palazzo della Signoria de Jesi desaparece la corona de bronce que desde siempre habГa estado encima del leГіn rampante, simbolizando la realeza de la ciudad. Un nuevo enigma que resolver para la estudiosa Lucia Balleani que, finalmente despuГ©s de encontrar el amor en el joven arqueГіlogo Andrea Franciolini, deberГЎ descubrir junto con Г©l algunas partes desconocidas de la vida de su antepasada Lucia Baldeschi. AsГ que retrocedemos medio milenio, junto con nuestros dos hГ©roes, para descubrir cГіmo se vivГa entre callejones, plazas y palacios de una esplГ©ndida ciudad marquesana, famosa en el mundo, entonces como ahora, por ser la cuna del emperador Federico II. “Pero a ninguno de los dos, alzando la mirada a la parte de arriba del portal y parГЎndose en loa hornacina del leГіn rampante, pudo escapar una peculiaridad, que hizo salir una exclamaciГіn de sus bocas, casi al unГsono, casi como si fuesen una sola persona: ВЎLa corona!”
Bernardino, el impresor, yace en condiciones desesperadas en una habitaciГіn del hospital Santa Lucia. El Cardenal Baldeschi ha muerto de repente y ha dejado vacante el gobierno de la ciudad. ВїSerГЎ, finalmente, la joven Lucia Baldeschi la que tomarГЎ las riendas del gobierno para evitar que Jesi caiga en las manos de los enemigos que, desde siempre, presionan contra sus puertas? Bien, no se puede dejar el gobierno en manos de cuatro nobles corruptos o, peor, confiarlo al legado pontificio enviado por el Papa. Pero Lucia es una mujer y no es fГЎcil sumir roles de poder, tradicionalmente otorgados a los hombres. Y Andrea, su amor, ВїdГіnde estarГЎ, despuГ©s de haber escapado del patГbulo y haber desaparecido junto con el Mancino? ВїVolverГЎ a la escena para ayudar a su amada? ВїO controvertidos acontecimientos lo conducirГЎn hacia otras playas? Y recordemos tambiГ©n la historia paralela, la de la estudiosa Lucia Balleani, nuestra contemporГЎnea, que quizГЎs ha encontrado finalmente el amor de su vida, que la llevarГЎ de la mano para descubrir junto con el lector nuevos y arcanos secretos. Amor y muerte, esoterismo y razГіn, bien y mal. SГіlo son algunos de los ingredientes que dan ritmo a esta nueva investigaciГіn, centrada en la misteriosa desapariciГіn de la corona de bronce, antaГ±o puesta sobre el leГіn rampante del principal palacio jesino, el de la Signoria. Una vez mГЎs el pasado se entrelaza con el presente a travГ©s de las vivencias paralelas de los protagonistas de nuestros dГas y de sus homГіnimos antepasados.В La atractiva y orgullosa regente de la repГєblica Aesina, Lucia Baldeschi se ve dividida entre sus obligaciones por razГіn de Estado y el amor por el fugitivo caballero, el valiente condottiero Andrea Franciolini. Entre historia y leyenda, la acciГіn se extiende desde los severos edificios y los oscuros pasadizos secretos de una Jesi subterrГЎnea, hasta los espacios abiertos del campo de su Condado, poblados por pastores y monjes de dГa y animados por ritos mГЎgicos durante los claros de luna. Luego, estГЎn las intrigas de palacio, las disputas entre seГ±ores y las batallas; aquellas entre los ejГ©rcitos y contra los piratas, desde Urbino a Senigallia, hasta algunas entre las mГЎs sugestivas gargantas del Appennino. Ambientes y caracterГsticas propias de una Г©poca, el Cinquecento1, caracterizado por luces y sombras, dividido entre el culto a la razГіn y la prГЎctica del esoterismo y del que los personajes de la novela son un fiel reflejo. En el modo de comportarse, asГ como en las virtudes y en los defectos. Siguiendo sus pasos, entre sensacionales descubrimientos y brillantes intuiciones, los combativos amantes, Lucia y Andrea, de la Jesi del siglo XXI, alcanzarГЎn la verdad bajo el signo de un amor sin tiempo.
A Giuseppe Luconi y Mario Pasquinelli,
ilustres conciudadanos que forman
parte de la Historia de Jesi.
Amigos de Jesi
Stefano Vignaroli
EL IMPRESOR
LA CORONA DE BRONCE
Traductora: MarГa Acosta DГaz
NOVELA
Stefano Vignaroli
EL IMPRESOR
La corona de bronce
В©2017 Amigos de Jesi
В©2021 Tektime
Todos los derechos de reproducciГіn, distribuciГіn y traducciГіn estГЎn reservados.
Los pГЎrrafos sobre la historia de Jesi han sido extraГdos y libremente adaptados de los textos de Giuseppe Luconi.
Ilustraciones del profesor Mario Pasquinelli, amablemente cedidas por los herederos legГtimos.
Traduciòn de Maria Acosta Dìaz
En la cubierta: Jesi ― Icono del Palazzo del Governo
Sitio web: www.stedevigna.com
Email de contacto: stedevigna@gmail.com
Prefacio
Jesi, ciudad natal del emperador Federico II di Svevia, vuelve a ser el escenario de las aventuras de la joven estudiosa Lucia Balleani en el segundo episodio de la trilogГa El Impresor. Amor y muerte, esoterismo y razГіn, bien y mal. SГіlo son algunos de los ingredientes que dan ritmo a esta nueva investigaciГіn, centrada en la misteriosa desapariciГіn de la corona de bronce, antaГ±o puesta sobre el leГіn rampante del principal palacio jesino, el de la Signoria. Con hГЎbil alquimia Vignaroli entrelaza pasado y presente a travГ©s de las vicisitudes paralelas de los protagonistas de nuestros dГas y de sus homГіnimos antepasados. La atractiva y orgullosa regente de la repГєblica Aesina, Lucia Baldeschi se ve escindida entre sus obligaciones por razГіn de Estado y el amor por el fugitivo caballero, el valiente condottiero Andrea Franciolini. La acciГіn, entre la historia y la leyenda, se extiende desde los severos edificios y los oscuros pasadizos secretos de una Jesi subterrГЎnea, hasta los campos abiertos de su Condado, poblados por pastores y monjes de dГa y animados por ritos mГЎgicos durante los claros de luna. AdemГЎs, estГЎn las intrigas de palacio, las disputas entre seГ±ores y las batallas, entre los ejГ©rcitos y contra los piratas, desde Urbino a Senigallia, hasta algunas entre las mГЎs sugestivas gargantas de los Apeninos. Ambientes y caracterГsticas propias de una Г©poca, el Cinquecento
, caracterizado por luces y sombras, dividido entre el culto a la razГіn y la prГЎctica del esoterismo y del que los personajes de la novela son un fiel reflejo. En el modo de comportarse, asГ como en las virtudes y en los defectos. Siguiendo sus pasos, entre sensacionales descubrimientos y brillantes intuiciones, los combativos amantes, Lucia y Andrea, de la Jesi del siglo XXI, alcanzarГЎn la verdad bajo el signo de un amor atemporal.
Marco Torcoletti
IntroducciГіn
DespuГ©s del primer episodio de la serie El Impresor, heme aquГ presentГЎndoos la secuela, la segunda historia. Al final de La sombra del campanile quise dejar abiertas algunas puertas a posibles desarrollos de la trama sucesiva. Bernardino, el impresor, yace en condiciones desesperadas en una habitaciГіn del hospital Santa Lucia. El Cardenal Baldeschi ha muerto de repente y ha dejado vacante el gobierno de la ciudad. ВїSerГЎ, finalmente, la joven Lucia Baldeschi la que tomarГЎ las riendas del gobierno para evitar que Jesi caiga en las manos de los enemigos que, desde siempre, la han hostigado? Es verdad, no se puede dejar el gobierno en manos de cuatro nobles corruptos o, peor, confiarlo al legado pontificio enviado por el Papa. Pero Lucia es una mujer y no es fГЎcil asumir una posiciГіn de liderazgo tradicionalmente confiada a los hombres. Y Andrea, su amor, ВїdГіnde estarГЎ, despuГ©s de haber escapado del patГbulo y haber desaparecido junto con el Mancino? ВїVolverГЎ a la escena para ayudar a su amada? ВїO acontecimientos desfavorables lo conducirГЎn hacia otras playas?
Y recordemos tambiГ©n la historia paralela, la de la estudiosa Lucia Balleani, nuestra contemporГЎnea, que quizГЎs ha encontrado finalmente el amor de su vida, que la llevarГЎ de la mano para descubrir junto con el lector nuevos y arcanos secretos.
En definitiva, estГЎn todos los elementos para enfrentarse a una lectura que, de nuevo, nos conducirГЎ entre callejones, plazas y palacios de una esplГ©ndida ciudad marquesana, famosa en el mundo por haber visto nacer al Emperador Federico II: Jesi. ВЎBuena lectura!
Stefano Vignaroli
CapГtulo 1
Bernardino habГa vuelto a abrir los ojos despuГ©s de dГas y dГas de inconsciencia. A pesar de que su habitaciГіn estaba en penumbra fue deslumbrado por la luz y por el blanco resplandeciente del espacio en el que se encontraba. Una pequeГ±a estancia, sin adornos, con las paredes blancas, sin cuadros, sin frescos en el techo, sin ni siquiera la compaГ±Гa de una estanterГa con algunos libros. CreyГі que habГa llegado al ParaГso pero los dolores lacerantes que advertГa en todo su cuerpo le hicieron comprender que todavГa estaba con vida. Al oГrlo quejarse, una monja se le acercГі y le llevГі a los labios la taza de caldo de pollo que, hasta entonces, le habГa obligado a engullir a pesar del estado de inconsciencia. Aunque estaba frГo Bernardino lo deglutiГі con avidez hasta que se atragantГі y comenzГі a toser. Pero volviГі a coger el brazo de la monja, que le estaba apartando el precioso lГquido, ya que sentГa la garganta tan ardiente que pensaba que habГa salido de aquel infierno de llamas sГіlo unos pocos minutos antes. Y sin embargo habГa pasado casi un mes desde el dГa del incendio de su taller.
―TodavГa estГЎis muy dГ©bil, amigo mГo. Poquito a poco o tendremos un problema. El doctor me ha recomendado: pocos sorbos y a menudo. El doctor Serafino es alguien que sabe lo que hace, ВЎde lo contrario a estas horas no estarГais entre nosotros! ―le dijo la monja con amabilidad pero con voz firme.
―El Cardenal, ha sido el Cardenal… ―intentó decir Bernardino, con la voz que sofocada por la tos.
―SГ, sГ, ha sido el Cardenal Baldeschi el que ha querido curaros en este lugar, gracias a la intercesiГіn de su querida sobrina
. Por desgracia el Cardenal ya no existe. Una desgracia, una horrible desgracia. El Cardenal ha sido asesinado por una de sus siervas, por lo que yo sГ©, una tal Mira. Lo ha hecho caer desde el balcГіn de su estudio, despuГ©s de haberlo traspasado con un cuchillo muy afilado. Se dice que el Cardenal sorprendiГі a la muchacha mientras estaba robando en su estudio. Comenzaron una pelea entre los dos y el anciano se llevГі la peor parte. Pero la sierva ha sido arrestada y pagarГЎ por su crimen. ВЎVaya si pagarГЎ!
A pesar de los dolores Bernardino aferrГі la mano de la monja e hizo un esfuerzo sobrehumano para hablar.
―¿Me estГЎis diciendo que el Cardenal Artemio Baldeschi ha muerto? ВїDe verdad? Pero… ВїcuГЎnto tiempo ha pasado desde que perdГ el conocimiento? Por como hablГЎis no parecen hechos atribuibles a ayer o antes de ayer. ВїQuГ© ha sucedido con Lucia Baldeschi? ВЎPor lo que me decГs debe haberse quedado sola!
―Calmaos. Os lo he dicho, ВЎno debГ©is hacer esfuerzos! HabГ©is pasado un mes en este lecho, preso de la fiebre, del delirio, de sueГ±os que atenazaban vuestra alma y vuestro corazГіn. Mis hermanas y yo nos sentГamos desesperadas pensando si lo conseguirГais. Y en cambio, el Buen Dios, todavГa no ha querido acogeros en su seno y aГєn estГЎis con nosotras. HarГ© llevar un mensaje a Lucia Baldeschi, advirtiГ©ndole que habГ©is recobrado la consciencia. Se pondrГЎ muy contenta y seguramente os vendrГЎ a visitar en los prГіximos dГas.
―Hermana, mandad que la llamen enseguida. El Palazzo Baldeschi está enfrente, en esta misma plaza, ¡incluso puedo vislumbrarlo desde la ventana!
La monja sonriГі y apartГі la mano, todavГa retenida por la de Bernardino.
―Por su seguridad, la SeГ±ora se ha retirado a la residencia de campo de la familia, cerca de Monsano, junto con sus hijas y sus preceptores. El Papa ya ha procedido a nombrar un nuevo Cardenal que estГЎ a punto de llegar desde Roma. Debido a que no sГ© sabe cuГЎles son sus intenciones, la Condesa Lucia prefiriГі mantenerse alejada de la ciudad, por el momento. ВЎConsiderad que Jesi va a la deriva! Ya no tenemos ni autoridad civil, ni religiosa, y podrГamos ser una presa fГЎcil para los enemigos, tanto internos como externos. Por lo tanto, creo que es sabia la decisiГіn de la noble dama, a fin de protegerse y de amparar a sus hijas. No debemos olvidar que su prometido, Andrea, estГЎ todavГa por ahГ y podrГa llegar de un momento a otro para reclamar su puesto de Capitano del Popolo, asГ como la mano de la noble Baldeschi.
―DespuГ©s de todo, tiene todo el derecho. El tГtulo de Capitano del Popolo le pertenece y en las venas de la pequeГ±a Laura corre su sangre ―dijo Bernardino con la voz que comenzaba a aclararse.
―¿Hace poco que os habГ©is recuperado y ya no conseguГs poner freno a esa maldita boca? ВЎNo digГЎis herejГas! ВїNo os ha llegado con escapar de las llamas una vez? ВїQuerГ©is acabar de nuevo en ellas? ―replicГі la monja con ironГa yendo a cerrar las contraventanas para dejar la habitaciГіn a oscuras. ―Reposad, ahora, ВЎlo necesitГЎis!
―SГіlo una cosa, hermana. Tengo ganas de orinar. ВїCГіmo puedo hacer? ВЎNo conseguirГ© levantarme de aquГ!
―¿CГіmo pensГЎis que habГ©is hecho todos estos dГas? Relajaos, permaneced tranquilo. Os hemos puesto un tubo flexible que canaliza directamente vuestros humores
en un recipiente que hay debajo de la cama.
Bernardino dejГі escapar la orina asombrГЎndose de cГіmo, en efecto, en la estancia flotaba un olor extraГ±o, debido a las medicinas y a los emplastos que le habГan aplicado sobre las quemaduras, pero no se advertГa olor a excrementos en absoluto. ВЎY ya debГa de haber pasado un mes desde que estaba acostado en la cama!
Si bien no recordaba nada de los delirios y de los sueГ±os de los dГas anteriores, a partir de ese momento el reposo de Bernardino fue constantemente agitado por pesadillas, por sueГ±os y por visiones que a Г©l mismo, en el duermevela, casi le costaba distinguirlos de la realidad. Ya se volvГa a ver rodeado de llamas, ya se sentГa protegido entre los dulces brazos de Lucia. SГіlo ahora comprendiГі que habГa sido ella quien lo habГa socorrido, quien le habГa salvado la vida. La habГa visto claramente sobre Г©l antes de perder el conocimiento. Y habrГa esperado verla a su lado en cuanto abriese los ojos. Pero cada vez que se volvГa a despertar se encontraba en la misma habitaciГіn semi oscura, inerme, incapaz incluso de levantarse. La Гєnica presencia humana eran las hermanas, ya una, ya otra, que se alternaban en la cabecera de su cama, que se esforzaban por extender sobre Г©l ungГјentos y emplastos, e intentaban hacerle engullir el caldo habitual. ParecГa que en aquel hospital no habГa otro tipo de alimento. SГіlo una vez habГa percibido la presencia del mГ©dico a su lado, un hombre rudo, con espesos cabellos blancos y con una perilla del mismo color. HabГa acercado la oreja a su pecho y habГa sentenciado:
―Dentro de tres dГas probaremos a levantarle. A pesar de su edad este hombre es una roca. Tiene un corazГіn mГЎs resistente que el mГo. MaГ±ana podemos dejar que lo visite la noble Baldeschi. ВЎSГіlo unos minutos, hermana! No debemos fatigarlo. Una emociГіn demasiado fuerte podrГa ser fatal para Г©l.
El impresor volviГі a caer dormido, tambiГ©n debido a las medicinas que le eran suministradas para aliviar el dolor. Y esta vez soГ±Гі que estaba de nuevo trabajando en su tipografГa, completamente reconstruida y renovada, mГЎs hermosa que antes. Y soГ±Гі que le daba buenos consejos a la noble SeГ±ora, su amiga. Y soГ±Гі que la veГa sobre el escaГ±o del Capitano del Popolo, en la sala de los Migliori en el interior del Palazzo del Governo. Y soГ±Гі con las niГ±as, Anna y Laura, que jugaban y se perseguГan en el parque de una lujosa residencia en el campo mientras que Г©l las observaba como un abuelo cariГ±oso.
Cuando, volviendo a la realidad de uno de sus innumerables y turbulentos sueГ±os, se dio cuenta de que al lado de su cama estaba la noble Lucia, tuvo la impresiГіn de que todos los dolores de repente hubiesen desaparecido y que estuviese recuperando las fuerzas. Tanto que consiguiГі levantarse un poco mientras Lucia, con un gesto amable mГЎs que caritativo, le colocГі una almohada detrГЎs de la espalda de manera que estuviese mГЎs a gusto, permitiГ©ndole, al mismo tiempo, mantener aquella posiciГіn.
―¡Decidme que no sois un sueño, mi Señora! ―dijo Bernardino con la voz interrumpida por un ataque de tos.
SintiГі las manos de Lucia buscar una de las suyas para estrecharla, haciГ©ndole sentir una sensaciГіn de calor inesperada, que infundiГі en Г©l una nueva fuerza. Se levantГі un poco mГЎs con la espalda, entre las protestas de la monja que amenazaba con interrumpir enseguida la visita. El gesto que dirigiГі Lucia a la cara de la hermana no fue percibido por Bernardino, pero el resultado fue evidente porque Г©sta se callГі, es mГЎs, se fue de la habitaciГіn dejando a los dos amigos libres de hablar entre ellos.
―Soy feliz de que os estГ©is recuperando, Bernardino. No sabГ©is cuГЎnto os necesito, en este momento, a vos y a vuestros consejos. El Cardenal ha muerto y en la ciudad la situaciГіn es realmente difГcil. Parece ser que el Papa nos habГa enviado un nuevo obispo y la elecciГіn habГa caГdo sobre el anciano Cardenal Ghislieri, de origen jesino. DeberГa haberse hecho cargo tanto de la Iglesia como del Gobierno de la ciudad, pero… Nunca ha llegado a Jesi.
―¿Cómo es posible, si puede saberse? ―preguntó Bernardino con curiosidad.
―Por desgracia Leone X ha muerto de repente dГas atrГЎs.
―¡Pero si sГіlo tenГa cuarenta y seis aГ±os!
―Justo, muchos creen que fue envenenado. Giovanni de’ Medici estaba demasiado prГіximo a su familia, a los SeГ±ores de Firenze, para que la oligarquГa eclesiГЎstica lo continuase aceptando. Y ahora, a la espera de la elecciГіn del nuevo Papa, los Cardenales reunidos en cГіnclave en Roma estГЎn repartiГ©ndose los territorios entre ellos. Parece ser que ha sido nombrado el Cardenal Jacobacci como legado de la Santa Sede en nuestra ciudad, sin perjuicio de los derechos y privilegios del Concejo
.
―Pero Jacobacci está ligado a la peor facción integrista de los Güelfos.
―Justo pero tampoco de este tal Jacobacci hemos visto ni siquiera su sombra en Jesi. Y mientras tanto la miseria, después del saco del año 1517, hace estragos en el campo y en las ciudades. Y parece ser que la peste haya llegado a Ancona ¡y no creo que tarde en llegar hasta nosotros!
―¡Escuchadme, Lucia! Tomad las riendas del gobierno de la ciudad. Tenéis todo el derecho. No tengáis miedo por el hecho de ser mujer. Movilizad a los nobles jesinos, estarán muy contentos de poderos ayudar. Y haced poner una corona sobre el león rampante representado en la fachada del Palazzo del Governo. Recordará a todos que Jesi es una ciudad Real y que se gobernará de manera independiente a la Iglesia. Si el Cardenal tarda en aparecer, peor para él. Cuando llegue se encargará de los asuntos religiosos mientras que el Gobierno Civil será del pueblo, como debe ser.
―¿Me estáis instigando a fomentar una rebelión?
―No, os estoy diciendo que debéis asumir vuestras responsabilidades. Y coger el puesto que os corresponde. ¡No hay otra solución!
CapГtulo 2
Porque tuve hambre , y no me distГ©is de comer; tuve sed, y no me distГ©is de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cГЎrcel y no me visitasteis.
Evangelio segГєn San Mateo 25, 42-43
Ante la visiГіn de la enГ©sima fumata nera, el Camarlengo no pudo contenerse y no soltar un bufido. DespuГ©s de la muerte de Leone X, nacido Giovanni Dei Medici, hacГa ya mГЎs de un mes que los cardenales estaban reunidos en cГіnclave, encerrados en las habitaciones a las que sГіlo Г©l tenГa libertad de entrar y salir como querГa. El hecho es que, justo en virtud de este nuevo privilegio, habГa comprendido perfectamente que los otros prelados no tenГan la intenciГіn de elegir un nuevo Papa si antes no resolvГan entre ellos las cuestiones atinentes a la reparticiГіn de tierras y feudos. El Obispo de Firenze, el Cardenal Giulio Dei Medici, realmente no estaba convencido de que la muerte de su pariente hubiese ocurrido por causas naturales y se lanzaba a largas y prolijas discusiones sobre sus sospechas hacia un hipotГ©tico envenenamiento del difunto Papa y sobre los probables responsables del complot. Todo esto para intentar convencer a la mayorГa de los colegas para que votasen por Г©l como nuevo pontГfice. Y de esta manera, entre una y otra votaciГіn, entre una fumata nera y la otra, transcurrГan, no ya unas horas, sino a veces mГЎs de un dГa.
Cuando veГa la fumata, el Camarlengo disponГa todo para que los cardenales fuesen debidamente alimentados. Enviaba a algunos sirvientes a preparar una mesa en un ancho salГіn vacГo y, cuando todo estaba preparado, echaba a los siervos y abrГa la puerta que daba a las habitaciones donde tenГa lugar el cГіnclave. De hecho, nadie, a no ser Г©l, podГa hablar con los cardenales, para que ellos no fuesen influenciados de ninguna manera con respecto a sus decisiones.
Innocenzo Cybo habГa sido nombrado enseguida Camarlengo a la muerte de Leone X, ya que era su brazo derecho, el que habГa estado mГЎs cerca de Г©l y sabГa perfectamente cГіmo administrar el Estado de la Iglesia en ese perГodo vacante de la mГЎxima autoridad. HabГa visto llegar las acostumbradas caras conocidas, Cardenales de los que conocГa vida, muerte y milagros, vicios, virtudes y ambiciones. Enseguida se habГa percatado de la ausencia de una importante figura, el Cardenal Artemio Baldeschi di Jesi. Alguien le habГa contado, mГЎs tarde, que el Cardenal Baldeschi habГa muerto en trГЎgicas circunstancias, quizГЎs como resultado de una pelea con un sirvienta de su palacio.
Algo inaudito, nos toca escuchar cosas de todo tipo en estos dГas, habГa pensado para sus adentros Innocenzo. Tiempo atrГЎs las sirvientas ofrecГan sus jГіvenes cuerpos a su SeГ±or y calladitas. ВЎHoy en dГa tienen la desfachatez de rebelarse!cierto, si Baldeschi ya no existГa, Jesi y su condado es una tierra muy apetecible para conquistar para muchos de los aquГ presentes.
Y, en efecto, la cuestiГіn de la designaciГіn de la Curia Episcopal de Jesi fue una de las primeras cosas a las que debiГі enfrentarse el Camarlengo como sustituto del Papa. DecidiГі que lo mejor serГa nombrar un Cardenal que no participase en el cГіnclave, asГ podrГa partir enseguida para aquellas tierras atribuladas desde hacГa aГ±os con luchas, guerras, traiciones y mal gobierno, que habГan llevado a la poblaciГіn, sobre todo en los campos, a un estado de miseria notable y donde, Гєltimamente, parecГa que se estaba difundiendo aquella enfermedad terrible conocida con el nombre de peste. La elecciГіn cayГі en el Cardenal Jacobacci, que partiГі enseguida desde Roma pero que, en cuanto llegГі cerca de Orvieto, su tierra de origen, se parГі para gozar de un perГodo de reposo en su ciudad natal que, quizГЎs, se estaba prolongando demasiado. Pero habГa quien decГa que el cardenal habГa perdido la cabeza por una muchachita del lugar y que no se irГa de allГ por nada del mundo.
Gualtiero Jacobacci no habГa perdido la cabeza por ninguna doncella, ni joven, ni madura. Se habГa parado a admirar la esplГ©ndida fachada del Duomo, todavГa sin terminar, y habГa sentido nostalgia de aquellos lugares en los que habГa vivido su infancia. Nunca, en toda su vida, habГa visto la catedral libre de los andamios. SabГa que la construcciГіn habГa comenzado hacГa doscientos aГ±os, pero ahora sГіlo quedaban los andamios en la fachada para permitir a los artistas llevar a tГ©rmino las refinadas decoraciones que la embellecerГan y vuelto famosa en los siglos venideros. Se aprovechГі del hecho de que la Curia Episcopal estaba libre, ya que el Cardenal Alessandro Cesarini, Obispo de Anagni y Orvieto, estaba de retiro obligatorio en Roma para participar en el cГіnclave, para hacerse hospedar por la comunidad eclesiГЎstica local, incluso comenzГі a celebrar la Santa Misa en el interior de la inconclusa catedral. Lo tenГa todo planeado, en definitiva, menos llegar a Jesi, la sede que le habГa sido asignada por el Camarlengo. La diversiГіn no durarГa demasiado, ya que, antes o despuГ©s, el nuevo Papa serГa elegido y el Cardenal Cesarini deberГa volver a la sede. Pero Gualtiero no querГa pensar en eso. Carpe diem, decГa para sus adentros. Aprovechemos el instante y gocemos de estos bellos tiempos. ВЎCuando llegue el momento ya verГ© quГ© hacer! QuizГЎs, cuando llegue podrГ© proponer a Alessandro Cesarini un cambio: yo aquГ y Г©l en Jesi. Jesi, como toda la Marca anconitana, es una sede ambicionada por cualquier alto prelado. Los campos son famosos por su riqueza y la Iglesia quiere a toda costa reconducir esos territorios bajo su ala de manera definitiva, cortando por lo sano los viejos lГmites de Concejos, SeГ±orГos y Nobleza local. Una persona ambiciosa como Cesarini no sabrГЎ decir que no a mi oferta. Y yo podrГ© gozar de mi vejez en mi paГs de origen.
Finalmente, despuГ©s de mГЎs de un mes de fumata nera, el 9 de enero de 1522 de la chimenea surgiГі la fumata bianca. El Camarlengo suspirГі aliviado y corriГі al interior del ala en la que se desarrollaba el cГіnclave para llevar a cabo sus deberes rituales. Le parecГa que habГa pasado una eternidad desde el dГa en que habГa muerto Leone X. Lo habГa encontrado Г©l, tirado sobre la mesa en la que estaba comiendo. HabГa llamado a la guardia y habГa hecho recomponer el cuerpo en la cama, luego habГa golpeado con un martillo el crГЎneo del Santo Padre, para asegurarse de que el cuerpo no respondiese a ningГєn reflejo, ni voluntario, ni involuntario. Cuando los miembros, piernas y brazos, se convirtieron en rГgidos, habГa procedido a llamar tres veces al Papa con su nombre de pila:
―Giovanni… Giovanni… Giovanni.
Al no obtener respuesta habГa procedido a declarar oficialmente muerto al Santo Padre. HabГa hecho arreglar la capilla ardiente y habГa organizado el rito fГєnebre, al tГ©rmino del cual el Papa Leone X se encontrarГa con sus predecesores, en los subterrГЎneos de la basГlica erigida sobre la tumba de San Pedro. DespuГ©s de haber convocado el cГіnclave, se habГa dado cuenta de que su posiciГіn se consideraba muy incГіmoda por parte de una cierta facciГіn de los participantes en la asamblea, los mГЎs prГіximos a la familia Dei Medici. Г‰l siempre habГa sido el Cardenal mГЎs prГіximo al Papa pero, como era bien sabido, pertenecГa a la misma familia de Giovanni Battista Cybo, que habГa ocupado el solio pontificio hasta el aГ±o 1492 con el nombre de Innocenzo VIII. Las malas lenguas, desde el momento en que Г©l era el responsable de la seguridad del Papa y todos los alimentos que llegaban a la mesa del Santo Padre debГan ser aprobados por Г©l, habГan ventilado que Г©l mismo podГa ser el responsable de la inesperada y prematura muerte de Leone X. De hecho, podГa haber envenenado perfectamente los alimentos, con la intenciГіn de aspirar al pontificado y llevar de nuevo al mГЎximo cargo a un miembro de la familia genovesa. Innocenzo sabГa perfectamente que era inocente y que no habГa perpetrado ninguna conjura contra su bien amado Papa. Giovanni Dei Medici sufrГa del corazГіn desde que era un niГ±o y, justo por esto, no se habГa dedicado a las armas. Por lo tanto, nadie lo habГa envenenado, habГa sufrido un colapso y habГa muerto de muerte natural, aunque imprevista. El hecho de auto nombrarse Camarlengo en parte habГa alejado las sospechas de Г©l, ya que no serГa elegible como Papa, pero no del todo. Giulio Dei Medici y otros tres o cuatro cardenales continuaban a mirarlo ceГ±udos, pero Г©l respondГa a aquellas provocaciones con la mejor de las defensas: el silencio. Es verdad, aquellas semanas no habГan sido fГЎciles pero habГa conseguido no mostrar jamГЎs el flanco a sus enemigos. Ni una palabra habГa salido de su boca que acusase a los Medici de envidia o arribismo. HabГa continuado cumpliendo con su deber como si no pasase nada. Pero ahora, mientras subГa las escaleras jadeando, el temor de que el nuevo elegido fuese el Medici lo atenazaba. Estaba convencido de que Г©ste querrГa, de alguna manera, vengar la muerte prematura del familiar. E Innocenzo ya se imaginaba con la cabeza apoyada en un tocГіn a la espera del hacha que, con un golpe seco, la separarГa del resto del cuerpo. Cuando abriГі el sobre donde estaba escrito el nombre del nuevo pontГfice suspirГі de alivio por segunda vez en pocos minutos.
El Camarlengo se asomГі al balcГіn que daba sobre la plaza delantera y gritГі, con todo el aire que tenГa en los pulmones, vuelto hacia los fieles amontonados que esperaban con curiosidad.
―¡Nuntio vobis gaudium magnum! Habemus Papam, eminentissimun e reverendissimum dominum Adrianus Florentz, qui sibi imposuit nomen Adrianus sextus!
Voces y exclamaciones se levantaron desde la plaza, a la espera de que el nuevo Papa se dejase ver y hablase a la multitud de los fieles. Mientras Innocenzo ayudaba al nuevo Papa a vestir los paramentos sagrados del ritual, en su mente los pensamientos corrГan veloces. Este Adriano VI no durarГЎ mucho, antes de que alguien de la familia Dei Medici meta las manos. Pero que dure un mes, un aГ±o o un siglo, ya nadie podrГЎ culparme. Desde maГ±ana Innocenzo Cybo vuelve a Genova.
Como todos los demГЎs, el Cardenal Alessandro Cesarini hizo el equipaje para volver a su sede, en Orvieto. Llegado el cuatro de marzo del aГ±o del SeГ±or de 1522, en un primer momento, se quedГі un poco asombrado por el hecho de que su sede episcopal hubiera sido arbitrariamente ocupada por su colega, pero al escuchar la propuesta de Г©ste Гєltimo casi no pudo creer lo que oГan sus orejas. Г‰l, que habrГa matado por tener la curia episcopal de Jesi, dejada vacante por el Cardenal Baldeschi, veГa como se la ofrecГan en bandeja de plata de quien habГa sido escogido como el titular, sГіlo porque estaba ligado a los lugares en que habГa transcurrido la infancia. ВЎIncreГble, pero cierto! ВЎUna oportunidad que no podГa dejar escapar! Sellado el pacto con Jacobacci, Alessandro Cesarini, deseoso, de todas maneras, de reposar unos dГas, enviГі un mensajero a Jesi para anunciar su llegada y su toma de posesiГіn a las autoridades ciudadanas. El mensajero llegГі a Jesi el 12 de marzo y el Consiglio Generale de la ciudad, reunido para la ocasiГіn en la Sala Maggiore del Palazzo del Governo y presidida por el noble Fiorano Santoni, tuvo en cuenta el nombramiento, aunque el Cardenal Jacobacci les hubiera gustado mГЎs, y deliberГі tambiГ©n en cuanto a reconocer a Cesarini un vitalicio de 25 florines al mes. Todo esto cuando ya el Cardenal estaba a las puertas de la ciudad por lo que ni siquiera tuvieron tiempo de preparar un digno recibimiento al nuevo Obispo, que se encontrГі entrando en una ciudad indiferente a su llegada. Cesarini no se quedГі desilusionado sГіlo por la acogida sino, sobre todo, por el hecho de encontrar ciudad y condado en condiciones bien distintas de lo que se esperaba. DespuГ©s del saco sufrido por la ciudad en el aГ±o 1517, habГan seguido algunos aГ±os de mal gobierno por parte del Cardenal Baldeschi que habГa reducido la zona a condiciones de miseria jamГЎs vistas desde tiempos inmemoriales. AdemГЎs de los males y las vejaciones que habГan producido los ejГ©rcitos invasores, la peste habГa vuelto como una pesadilla para aterrorizar a la poblaciГіn. Y de esta manera Cesarini, que todavГa tenГa muchos intereses en la zona de Anagni y Orvieto, enseguida comenzГі a pasar gran parte de su tiempo lejos de Jesi, aduciendo como excusa sus agobiantes compromisos eclesiГЎsticos en la sede Papal, y dejando en su puesto a rudos gobernadores que sГіlo sabГan ser crueles y tiranos con la poblaciГіn.
Lucia se habГa ocupado, y no poco, para llevar consuelo a los enfermos de peste. La enfermedad habГa llegado a Jesi en una caja de cГЎГ±amo, proveniente de los mercados de oriente, comprada a un precio de ganga por una familia de cordeleros de Jesi. Algunas familias residentes en el burgo de Sant’AlГІ eran famosas desde tiempo inmemorial por la habilidad y el cuidado con el que fabricaban cuerdas. TenГan un sistema propio para obtener del tosco cГЎГ±amo cordeles y cabos de todas las longitudes y calibres, que eran vendidos en el mercado a precios competitivos con respecto a los fabricados en otras zonas de Italia. En cuanto Berardo Prosperi, el cabeza de familia, abriГі la caja para comprobar la calidad del cГЎГ±amo comprado por su hijo y su sobrino, fue asaltado por las pulgas que, finalmente libres, buscaron su comida de sangre, a expensas de muchos miembros de la comunidad del burgo. Las casas de los cordeleros eran construcciones bajas que formaban una Гєnica fila, una pegada a la otra, en el borde de un amplio espacio, llamado prado, donde aquellos artesanos trabajaban, fundamentalmente al aire libre. De hecho, necesitaban espacios amplios, donde extender las fibras del cГЎГ±amo y trenzarlas hasta convertirlas en cuerdas, con la ayuda de extraГ±os artilugios con aspecto de ruedas.
En ese momento, nadie hizo caso a las picaduras de los insectos, pero despuГ©s de unos dГas Berardo y otros hombres y mujeres del barrio cayeron enfermos, presos de una fiebre alta y con bubones en varias partes del cuerpo, algunos sobre la espalda, otros detrГЎs del cuello, otros sobre la barriga. La enfermedad se habГa difundido rГЎpidamente de una casa a otra, conectadas como estaban, y luego se habГa propagado a los campos. Pero enseguida llegГі a afectar a las familias residentes en la ciudad, en el interior de las murallas.
Lucia, en su momento, habГa aprendido de su abuela cГіmo intentar curar a los enfermos de peste. HabГa escuchado decir que en Ancona, donde la enfermedad se habГa difundido de manera exponencial, quien se lo podГa permitir se hacГa hospitalizar y curar en el Lazzaretto. Pero, segГєn ella, no era una buena idea concentrar a las personas enfermas en un sitio. Era mejor tener aislado al enfermo en su casa para evitar que contagiase, a su vez, a personas sanas; sГіlo tomando las oportunas precauciones podГa uno acercarse a Г©l. Cuando debГa entrar en la habitaciГіn de un enfermo, Lucia se cubrГa perfectamente con vestidos gruesos, pero sГіlo despuГ©s de haber esparcido por todo su cuerpo un ungГјento a base de citronela, albahaca, menta, mastranzo y tomillo. El olor que emanaba era casi nauseabundo pero era un excelente remedio para no dejarse picar por las pulgas y piojos que, quiГ©n sabe por quГ©, infestaban siempre las casas de los apestados. Con un paГ±uelo de seda cubrГa la boca y la nariz antes de acercarse al enfermo, con el fin de evitar respirar los malos humores emitidos por estos. Lo primero que hacГa era desnudar al paciente para observar cuГЎntas pГєstulas tenГa encima y cuГЎl era su aspecto. Si eran duras y oscuras, les untaba un ungГјento a base de alcohol alcanforado e ictiol, con el fin de hacerlas ablandar y madurar. Las pГєstulas, de hecho, debГan explotar y hacer salir su malsano contenido, conocido por los mГ©dicos con el tГ©rmino de pus. La fiebre, en cambio, se combatГa con infusiones a base de corteza de sauce y con la aplicaciГіn de telas empapadas en la frente del enfermo. Toda la casa debГa ser purificada con fumigaciones obtenidas por la combustiГіn de aceite de alcanfor, en el que habГan sido maceradas durante algunos dГas ramitas de ciprГ©s, mondas de granadas y canela. Lucia sabГa perfectamente que si el enfermo tenГa dificultades para respirar estaba condenado a una muerte segura. Tanto daba llamar a un sacerdote para que le impartiese la extremaunciГіn. Pero ningГєn religioso, el primero de todos Padre Ignazio Amici, se prestaba a llevar el consuelo del rito a los apestados. Todos tenГan demasiado miedo a ser contagiados tambiГ©n. Si, en cambio, las pГєstulas, en el transcurso de algunos dГas, por lo general una semana, se ablandaban y dejaban salir los malsanos humores, dando mГЎs tarde origen a cicatrices, el paciente podГa considerarse fuera de peligro y llegarГa a curarse. Cuando un enfermo de peste morГa, todos sus enseres, muebles, cama, mantas y todo aquello con lo que habГa estado en contacto, directa o indirectamente, con la persona infectada, debГa ser reunido delante de su casa y ser quemado. Los cadГЎveres no podГan ser sepultados en el interior de las iglesias sino que eran llevados a campo abierto y enterrados profundamente, bajo un buen montГіn de tierra, mejor si era arcillosa.
De esta manera Lucia habГa ayudado a cientos de enfermos, tanto en la ciudad como en los burgos y en el campo y, gracias a las precauciones que ella habГa tomado, nunca se habГa contagiado. Se sentГa satisfecha pero cansada. Recorriendo en sentido contrario la vГa de Terravecchia, despuГ©s de haber visitado a un enfermo por la zona de la iglesia de San NicolГІ, habГa debido pasar por delante de distintos edificios, enfrente de los cuales ardГan las hogueras purificadoras. El aire de la jornada estival, ya de por sГ cargado de humedad, se habГa convertido en mГЎs pesado por el humo que flotaba sobre la ciudad y que en parte oscurecГa los rayos del sol. En cuanto llegГі a la Piazza della Morte no pudo evitar pensar que, dentro de unos dГas, un patГbulo estarГa reservado para su sirvienta Mira, acusada de haber asesinado al Cardenal Artemio Baldeschi. ApartГі aquellos sombrГos pensamientos y se metiГі por la Porta della Rocca llegando hasta Via delle Botteghe, zona mucho mГЎs agradable y sana con respecto a las calles que habГa recorrido poco antes. ParecГa casi como si las antiguas ruinas romanas, reforzadas y reconstruidas algunos decenios antes gracias al ingenio del arquitecto Baccio Pontelli, hubiesen hecho de baluarte natural contra la epidemia de peste, que habГa golpeado sГіlo a unos pocos habitantes del nГєcleo histГіrico de la ciudad. En cuanto llegГі a este espacio confortable, Lucia bajГі el paГ±uelo a travГ©s del cual habГa filtrado el aire para respirar. Se soltГі los cabellos, dejГЎndolos libres para que descendiesen por sus hombros y su espalda, luego con las manos arreglГі un poco las ropas estropeadas. Es verdad, no tenГa el aspecto elegante que le imponГa su rango pero se sentГa mГЎs presentable. En pocos pasos llegГі a la Domus Verroni, pasГі debajo del arco y buscГі con la mirada a Bernardino. Lo vio atareado en restaurar su taller pero, casi percibiendo su llegada, fue el primero en hablar.
―¡Mi seГ±ora! Que alegrГa veros aquГ. Como podГ©is daros cuenta, hay mucho trabajo que hacer pero me estoy esforzando al mГЎximo. Creo que en cosa de un mes la imprenta podrГЎ volver a trabajar a pleno rendimiento. Y todo gracias a vos. Realmente os debo estar agradecido por todo lo que habГ©is hecho por mГ y la primera obra que publicarГ© serГЎ, sin duda, vuestro tratado sobre Principi di medicina generale e guarigione con le erbe.
Lucia sonriГі complacida pero Bernardino advirtiГі lo forzado de la sonrisa que intentaba sobreponerse al cansancio que la atenazaba.
―Pero vos, Mi SeГ±ora, estГЎis realmente exhausta. No querrГa reprocharos nada pero pienso que es el momento de que dejГ©is de visitar a todos estos apestados. Antes o despuГ©s enfermarГ©is incluso vos. ВїNo pensГЎis en vuestra hija Laura? ВїY en Anna que para vos es como otra hija? ВїQuГ© podrГan hacer sin vos? Sois la Гєltima Baldeschi que queda con vida, ВЎasumid vuestras responsabilidades de una vez por todas! Y no sГіlo con respecto a las niГ±as sino a la entera ciudad.
―¡Oh, Bernardino! No volvГЎis a comenzar con la historia de que debo recuperar el gobierno de la ciudad. Os lo he dicho: soy una mujer, no me veo capaz de ocupar un puesto que siempre ha recaГdo, por derecho, en un hombre.
―No hay un hombre en esta ciudad que valga la mitad de lo que vos valГ©is. Y como demostraciГіn estГЎ lo que habГ©is hecho y estГЎis haciendo por los enfermos. Pero no basta. No podГ©is abandonar la ciudad en las manos de los nobles incompetentes que dejan que el vicario del cardenal Cesarini haga lo que quiera, aterrorizando a la ciudad y al condado y pretendiendo tasas e impuestos de hombres martirizados por la miseria y por la peste. Es el momento de echar al Cardenal y al vicario, y sГіlo vos sois capaz de hacerlo, tomando en vuestra mano el cetro que os corresponde por derecho. ВЎY luego estГЎ Mira! ВїOs habГ©is olvidado de ella? HabГ©is prometido protegerla y, en cambio, el proceso ha seguido su curso. Y ademГЎs, para mГЎs inri, ВЎestГЎ la acusaciГіn de brujerГa contra ella!
―¿Qué? ¿Qué estáis diciendo? El proceso contra Mira ha sido llevado a cabo por jueces civiles, por el noble Uberti, y...
―Padre Ignazio Amici ha reunido las declaraciones. Parece ser que, mientras el Cardenal se caГa desde el balcГіn, alguien lo ha oГdo gritar Vuelo, estoy volando, incluso con la sonrisa en los labios. Y por lo tanto no hay otra explicaciГіn que esa de que Mira ha embrujado al Cardenal. Creo que, a estas horas, la joven estГЎ en las garras de los torturadores de la Santa InquisiciГіn. A lo mejor dentro de unos dГas veremos surgir un montГіn de leГ±a en la Piazza della Morte. Beh, para nosotros que conocemos la verdad, no serГa agradable asistir a la muerte de una inocente y, para colmo, de una manera tan atroz.
Sin ni siquiera contestar, Lucia se dio la vuelta indignada y se dirigiГі a paso veloz hacia el Torrione di Mezzogiorno.
―¡Dios no lo quiera! ―la escuchГі gritar Bernardino mientras se alejaba, mГЎs hablando con ella misma que con Г©l ―He prometido que en esta ciudad nunca mГЎs una mujer acabarГa en una pira ardiente. Y mantendrГ© mi promesa.
CapГtulo 3
Venga, preparad las pinzas y tenazas, despuГ©s
encenderemos la hoguera.
(TomГЎs de Torquemada)
Los guardias, reconociendo a Lucia y conscientes de su autoridad no tuvieron el valor de cortarle el paso. La condesa, con la cara roja por la cГіlera, entrГі como una furia en el Torrione di Mezzogiorno. Se encontrГі en un vestГbulo desierto. De vez en cuando unos gritos femeninos, sofocados y amortiguados por los espesos muros, llegaban a sus oГdos. Realmente estaban torturando a Mira. No sabiendo dГіnde estaba la sala de tortura y no consiguiendo comprender de dГіnde provenГan los gritos de la muchacha, abriГі de par en par la primera puerta que encontrГі. El juez Uberti estaba sentado detrГЎs de un escritorio, absorto examinando expedientes. Sobre la mesa destacaba un libro con una elegante cubierta y con el tГtulo escrito en caracteres grandes Malleus Maleficarum.
―¡Noble Dagoberto Uberti! ВїQuГ© significa todo esto? HabГais prometido que juzgarГais vos a mi sirvienta y que seriГЎis clemente con ella. ВїPor quГ©, pues, la habГ©is entregado a los inquisidores? En su momento habГ©is escuchado mi testimonio. Mira se ha defendido, mi tГo la estaba agrediendo y quizГЎs la habrГa matado. Ella sГіlo lo ha herido y no de gravedad. El hecho de que se haya caГdo desde el balcГіn ha sido un accidente, una fatalidad, independiente de la voluntad de la muchacha. Os lo he dicho y repetido: Mira merece un castigo, ВЎpero no la muerte!
El juez Uberti, con respecto a unos aГ±os atrГЎs en los tiempos del proceso contra Andrea Franciolini, habГa envejecido visiblemente. Profundas arrugas surcaban su cara, la espalda se habГa curvado y, para caminar, debГa ayudarse de un bastГіn de madera de nogal. Una grave forma de artrosis, atestiguada por la deformidad de las articulaciones de las manos, lo afligГa. Incluso su vista habГa disminuido notablemente y para leer se ayudaba de una lente de vidrio montada sobre un soporte metГЎlico. En esa Г©poca eran pocos, de hecho, los que poseГan gafas que debГan llegar desde Venezia y eran bastante caras. LevantГі la cabeza de los papeles y respondiГі a Lucia con voz tranquila, casi con resignaciГіn.
―Ved, mi SeГ±ora, he estudiado con cuidado el caso y me parece que hay demasiadas incongruencias. Vos sois la Гєnica testigo, por lo tanto deberГa fiarme de lo que me decГs. Por desgracia, los mismos hechos narrados por vos y por Mira, son contradictorias. Vos afirmГЎis que vuestro tГo sorprendiГі a vuestra sirvienta robando en su estudio. Pero, aparte de los libros, allГ poco hay que robar. Y, como es bien sabido, Mira no sabe ni leer. AdemГЎs sГ© bien que vuestro tГo tenГa el dinero y las joyas en otras habitaciones. Creo, en cambio, que Mira haya entrado adrede en el estudio del Cardenal esperando que, al ofrecerle su propio cuerpo, serГa bien recompensada.
―¿Qué queréis insinuar, juez?
―No quiero insinuar nada. Intento sГіlo reconstruir cГіmo han ido las cosas y creo que he conseguido hacerme una idea general de la situaciГіn. Mirad, hemos hecho examinar por expertos el cuerpo de vuestro tГo antes de recomponerlo para la sepultura. Aparte del hecho de que no llevaba las calzas, el Cardenal tenГa el miembro completamente recubierto de una sustancia oleosa, un ungГјento. SegГєn dicen los expertos se trata de una sustancia a base de esencias vegetales que sГіlo las brujas saben preparar. Pero hablemos de la sangre de vuestro tГo. Vos decГs que Mira lo hiriГі ligeramente con un cuchillo, es mГЎs, con un abrecartas. Pero habГa abundancia de sangre, esparcida por todo el estudio y alrededor del cadГЎver, tanto que parece que el Cardenal, mГЎs que por la caГda, haya muerto desangrado. Una sola herida pero que ha llegado de manera precisa a un importante vaso sanguГneo. Y lo extraГ±o es que Mira deberГa estar mГЎs manchada de sangre de lo que la hemos encontrado. TenГa los vestidos sucios pero si habГa golpeado con tanta precisiГіn deberГa haber tenido las manos y los brazos llenos de sangre. ВЎY en cambio no era asГ! ВїY los vestidos? No eran la vestimenta de una sirvienta, era un ropaje mucho mГЎs elegante.
―¿Y de todo esto quГ© habГ©is deducido? ―preguntГі Lucia, con la voz que le comenzaba a temblar por el temor de que Uberti estuviese a punto de desentraГ±ar la historia que la inculpaba de la muerte de su tГo.
―Mirad ―y el juez puso una mano sobre el Malleus Maleficarum. ―Este libro, que me ha suministrado el Padre Ignazio Amici, me ha abierto los ojos. Escrito por dos inquisidores germanos, Jacob Sprenger y Heinrich Insitor Kramer, hace un decenio, en Г©l se indica cГіmo reconocer a las brujas, sin tener en cuenta sus poderes. Todas pueden ser identificadas por una seГ±al indeleble que llevan en la piel, una peca, una mancha, un antojo o una cicatriz, a menudo escondida por los pelos de las axilas, del pubis o puede que por los cabellos. He aquГ porque los inquisidores, antes de nada, hacen desnudar a la bruja y hacen que les rasuren todo el pelo, para poder descubrir esta seГ±al. Pero con Mira esto ni siquiera ha sido necesario. Ella tiene un lunar a la altura del labio superior, justo debajo de la nariz, sobre el cual, ademГЎs, crecen pelos. Padre Ignazio afirma que eso es una seГ±al inequГvoca y yo, despuГ©s de haber leГdo este texto, estoy de acuerdo con Г©l.
―¿Y todo esto quГ© tiene que ver con la muerte de mi tГo?
―Tiene que ver, mГЎs de lo que vos, incluso como testigo, podГЎis imaginar. El hecho de que Mira sea una bruja se confirma no sГіlo con el lunar sino tambiГ©n por los vestidos que llevaba puestos aquel dГa. Los mismos expertos a los que hemos preguntado nos han confirmado que esos son hГЎbitos que se ponen las brujas mГЎs poderosas, hГЎbitos que se traspasan de generaciГіn en generaciГіn, de madre a hija. Y vayamos, por lo tanto, con la reconstrucciГіn de los hechos, como ahora ya estГЎ claro que han ocurrido. Mira, sintiГ©ndose fuerte con sus poderes, entra en el estudio del Cardenal, con la clara intenciГіn de seducirlo y de enfermarlo. La meta es obtener dinero, mucho dinero, a cambio de la prestaciГіn amorosa. El Cardenal cae en la trampa, se deja seducir, se quita las calzas y se prepara para yacer con vuestra sirvienta. Pero ella quiere aumentar todavГa mГЎs la satisfacciГіn de los sentidos de su vГctima y usa el ungГјento para inducirle un mayor placer y, por ende, a darle una donaciГіn mГЎs generosa en metГЎlico. SГіlo que ese ungГјento en una dosis justa aumenta el placer de la carne pero en cantidad excesiva provoca alucinaciones y visiones. No, Mira no quiere matar al Cardenal, es la Гєltima de sus intenciones: no se mata a la gallina de los huevos de oro. Pero la situaciГіn ahora ya se le ha escapado de las manos. ВїQuiГ©n ha empuГ±ado el cuchillo primero? QuizГЎs el Cardenal presa de la obnubilaciГіn, a lo mejor para fingir amenazar a la muchacha en un crescendo de juego erГіtico. Y lo usa incluso para cortar el vestido con el fin de desnudarla. Y he aquГ que la bruja, sintiГ©ndose en peligro, invoca sus poderes. No toca el cuchillo pero lo guГa con la fuerza mГЎgica de sus sombrГos poderes. SГіlo con la fuerza de su pensamiento lo lanza contra el hombro de Baldeschi, en un punto bien concreto. Una sola herida, pero mortal.
―¿Y después?
―DespuГ©s, el toque final. Abre la ventana y hace caer al Cardenal desde el balcГіn, incluso persuadiГ©ndolo para que crea que es capaz de volar. Por lo tanto, ВїcГіmo juzgar a esta mujer? ВїQuГ© castigo merece? No ha sido, como vos decГs, en defensa propia. Si bien al principio no era algo que quisiese, ha matado, y lo ha hecho con conocimiento de causa. Para colmo, gracias al uso de poderes no comunes a todos, sino especГficos de mujeres que nosotros llamamos brujas. ВЎBRUJAS! La muerte es el fin que merece una asesina como ella. La decapitaciГіn. Pero si es una bruja sabemos perfectamente que el fin que merece es otro distinto.
―¡No! ―exclamГі Lucia que sentГa latir con fuerza el corazГіn en el pecho sГіlo imaginando ver a Mira agonizante mГЎs allГЎ de un muro de llamas.
Justo en ese momento, un grito mГЎs fuerte proveniente de la sala de torturas, llegГі a sus oГdos.
―¡Basta ya, juez! Conducidme inmediatamente a la habitación donde están torturando a esa pobrecilla. ¡Este horror debe terminar enseguida!
―No os lo aconsejo, no es un espectáculo agradable de presenciar. Padre Ignazio y sus torturadores no se dejarán atemorizar, ciertamente, por las palabras de una doncella, aunque sea noble...
―Es una orden. ¡Llevadme a la sala de torturas!
El juez, intuyendo que la joven sabГa lo que se hacГa y que podГa recurrir al poder que le correspondГa por derecho, por ser descendiente del Cardenal Baldeschi, asГ como prometida del que oficialmente hubiera debido ser designado Capitano del Popolo, bajГі la cabeza y obedeciГі a Lucia. GuiГі a la joven por escaleras y pasillos en penumbra hasta llegar a una imponente puerta delante de la cual dos energГєmenos armados con lanzas cerraban el paso a cualquiera. Los gritos de Mira ahora se oГan muy cerca. A una seГ±al del juez los dos esbirros se hicieron a un lado y abrieron la puerta. A Lucia le pareciГі que habГa llegado al infierno. Su sirvienta Mira habГa sido atada sobre una mesucha, completamente desnuda, con los brazos y las piernas extendidas formando el dibujo de la cruz de Sant’Andrea. Los pelos del pubis y de las axilas habГan sido rasurados mientras que uno de los torturadores tiraba de las cadenas atadas a las muГ±ecas y a los tobillos de la muchacha, tensando las articulaciones de piernas y brazos casi hasta dislocarlas, otro, con unas grandes tijeras, le estaba cortando el cabello al mismo tiempo que lo tiraba en una brasero encendido. En el mismo braseo, del que emanaba un humo pestilente, habГan sido puestos diversos arneses de tortura para que se calentasen. Lucia, a pesar de que le caГan lГЎgrimas tanto a causa del humo como del espectГЎculo al que, de repente, se habГa encontrado asistiendo, vio al Padre Ignazio Amici extraer del brasero una gran tenaza y acercar las mordazas incandescentes de esta Гєltima a uno de los senos de Mira. Si no lo hubiese parado a tiempo, le habrГa aferrado el pezГіn con la pinza llegando incluso a sacГЎrselo.
―No sois más que un fraile pervertido. Parad. ¿Qué estáis haciendo? ―y le agarró el brazo que controlaba la pesada tenaza.
El dominico se girГі y, con una sonrisa sГЎdica estampada en el rostro, reconociГі a la joven Lucia Baldeschi.
―¡Ah, mi Señora! ¿Habéis venido a asistir a la confesión de vuestra sirvienta? ¡Bienvenida! Casi hemos acabado, un poco más y admitirá todas sus culpas. A fin de cuentas, sois vos la que la habéis acusado y es justo que estéis presente en el momento en que ella sola se condenará.
Dado que el dominico se habГa parado, el torturador que habГa cortado los cabellos a la enjuiciada, habГa cogido con la mano una navaja muy afilada, con la intenciГіn de rasurar la testa de la desafortunada.
―Parad, parad todo. Desatadla, vestidla y llevadla a la celda. No puedo tolerar que una mujer sea tratada de esta manera.
El tono de Lucia era autoritario y todos se quedaron quietos. Incluso Mira parГі de gritar. Pero Padre Ignazio la mirГі con aire desafiante.
―Aquà dentro soy yo quien manda. Dejad que termine mi trabajo. Debemos descubrir todas las señales que Mira tiene sobre su cuerpo y que demuestran que es una bruja. Y además, debemos escuchar de sus propios labios su confesión completa. ¿Con qué autoridad vos, condesita, queréis entrometeros en cosas que conciernen a la Iglesia y a la Santa Inquisición?
―¡Con la autoridad que me corresponde por derecho y que en este preciso momento reclamo! ―gritГі Lucia con una fuerza de espГritu que ni siquiera sospechaba que poseyese. ―Desde este momento soy vuestro Capitano del Popolo, y como tal tengo el derecho de decidir tambiГ©n sobre la suerte de esta mujer. Vosotros, carceleros, haced enseguida lo que os he ordenado: desatad a Mira, dadle vestidos y devolvedla a la celda. Vos, en cambio, Padre Ignazio Amici, seguidme al estudio del Juez Uberti. Debo hablaros en privado.
Lucia, mientras descendГa las escaleras que llevaban hacia la estancia en la cual habГa estado conversando con el Juez Uberti, para intentar calmarse repetГa, en su mente, las enseГ±anzas recibidas de su abuela y, en tiempos mГЎs recientes, de Bernardino.
Ante todo, conГіcete a ti misma, comprende el Arte hasta ahora misterioso. Estate dispuesta a aprender, usa con sabidurГa tus conocimientos. Que tu comportamiento sea equilibrado y tu manera de hablar organizada. Y ademГЎs, ten bien ordenado tu pensamiento…
Y era verdad, debГa pesar bien las palabras y mantener en orden sus pensamientos, para no atacar al dominico de mala manera y pasar de tener de su parte la razГіn a meter la pata. Antes de entrar en la habitaciГіn respirГі profundamente dos veces, luego pidiГі al Juez que la dejase a solas con el Padre Ignazio. Uberti obedeciГі, aunque indeciso, y saliГі cerrando la puerta tras de sГ.
Lucia mirГі fijamente con sus ojos color avellana a aquellos azules celeste, casi acuosos, del sacerdote, como queriendo demostrarle que no le tenГa miedo.
―Ministro de Dios Вїos atrevГ©is a llamaros asГ? ВїEs de esta manera que sois testigo del mensaje de Nuestro SeГ±or? JesГєs descendiГі a la tierra para salvar a los pecadores. ВїO acaso me equivoco? Y vos, en vez de predicar el amor, ВїquГ© hacГ©is? GozГЎis arrastrando por el fango a la pobre gente o, peor, en verla morir entre atroces sufrimientos. Pasen vuestras homilГas dominicales en las que acusГЎis a presuntas brujas con difundir, con sus prГЎcticas, la epidemia que estГЎ diezmando a nuestra poblaciГіn. Pase vuestra arrogancia al negar los consuelos religiosos a los apestados que estГЎn a punto de morir. Pase, incluso, el hecho de que hayГЎis negado una sepultura digna a unos cristianos, con la acusaciГіn de evitar la difusiГіn de la peste. Pero torturar a una joven indefensa de esta manera, es demasiado. ВЎAvergonzaos y enmendaos!
―Es la Santa Madre Iglesia quien lo quiere. Debemos combatir las herejГas y al demonio, sea cual sea las formas en que se manifiesten ―le respondiГі el Padre Ignazio sin apartar la mirada para hacer comprender a Lucia que estaba aceptando el desafГo. ―¡Yo actГєo para alcanzar un objetivo concreto, hacer respetar la Regla y las Leyes! Desde el momento en que, actualmente, en esta ciudad nadie se toma la molestia de hacerlo...
―El Гєnico propГіsito que perseguГs, Padre Ignazio, ВїsabГ©is cuГЎl es? El de satisfacer vuestros propios asuntos sin tener en cuenta otra cosa. No creГЎis que he olvidado lo que estuvisteis a punto de hacerme. Aunque me convertisteis en un trapo, suministrГЎndome vuestras malditas drogas, era plenamente consciente. Si aquel dГa, en mi dormitorio, no hubiese entrado mi tГo, ВЎno habrГais dudado en aprovecharos de mi cuerpo!
El dominico, totalmente atrapado, se sonrojГі y bajГі la mirada. Luego intentГі defenderse.
―No es asГ, mi SeГ±ora. Vuestros recuerdos estГЎn ofuscados. SГіlo estaba intentando hacer un exorcismo, que finalmente conseguГ llevar a cabo. Y es justo gracias a mi intervenciГіn si ahora estГЎis aquГ y no habГ©is acabado en una hoguera tambiГ©n vos, ВЎporque he exorcizado al demonio que albergabais!
―¡Mentiras! ¡Todo son mentiras! Vos sois un falso, un mentiroso y, además, un oportunista. Me dais asco. ¿Sabéis lo que pienso de vos? Que sois un pervertido. ¡Y que sois impotente! Justo, un impotente que se excita sólo viendo el sufrimiento. He aquà porque gozáis asistiendo a las torturas, ¡porque sólo si estáis presente en ciertas escenas vuestro miembro se excita!
―¿QuГ© decГs, mi SeГ±ora? ВЎEstГЎis usando un lenguaje que no se corresponde, realmente, con una noble damisela como vos! Os aseguro que no es asГ. Mi Гєnico propГіsito es el de hacer respetar las leyes, las divinas y las de los hombres. Y no soy impotente, sГіlo sigo la regla de mi orden que me impone la castidad.
Lucia habГa comprendido, por el temblor de la voz de su interlocutor, que estaba tomando la delantera, asГ que decidiГі lazarse a fondo. Se desatГі el lazo que ataba al cuello su camisa y, con un gesto repentino, la abriГі por delante dejando al descubierto sus senos.
―Es cierto, no sois impotente. Venga, vamos, ВЎquerГais mi cuerpo! Tomadlo ahora que os lo ofrezco voluntariamente. Y demostrad que sois un hombre que sabe amar dulcemente a una doncella.
Padre Ignazio, consciente de la trampa hacia que lo estaba llevando la condesa, retrocediГі. AllГ dentro sГіlo estaban ellos dos. SabГa perfectamente que la joven no tendrГa escrГєpulos a la hora de acusarlo de haber intentado abusar de ella, incluso con la violencia. Y hubiera sido su palabra contra la de ella.
―¡CubrГos, por favor! No es correcto, por vuestra parte, intentar inducirme de esta manera a la tentaciГіn. Decidme quГ© querГ©is que haga y lo harГ© ―dijo con un hilo de voz y la cabeza agachada.
―SabГa que erais impotente ―continuГі Lucia mientras cogГa del candelabro de encima del escritorio una vela encendida y entregГЎndosela ―¿Por quГ© no intentГЎis derramar sobre mis senos un poco de cera ardiente? QuizГЎs asГ comenzarГ©is a excitaros y ademГЎs, finalmente, tendrГ©is ganas de poseerme. Pero no, veo que todavГa retrocedГ©is, os alejГЎis de mГ. ВЎAdemГЎs de impotente sois tambiГ©n un bellaco!
―¡Basta, os lo ruego! Os lo repito: ¡decidme lo que queréis y lo haré!
El sacerdote vio con alivio a Lucia volver a poner la vela en el candelabro y abrocharse los vestidos para luego seguir con su discurso. SentГa el sudor cubrirle la frente y descender a chorros por su espalda.
―¿QuerГ©is saber la verdad? De todas formas sois un bellaco y no tendrГ©is el coraje de contarla a nadie. No es Mira la responsable de la muerte de mi tГo sino yo. He sido yo quien lo hiriГі y provocГі su caГda desde el balcГіn. Y ahora que lo sabГ©is os dirГ© lo que quiero que hagГЎis. LiberarГ©is a Mira de las acusaciones de brujerГa. DirГ©is que eran acusaciones infundadas y devolverГ©is mi sirvienta al Juez Uberti. Hecho esto, comenzad a preparar el equipaje. Os quiero lejos de Jesi, lo mГЎs lejos posible. MaГ±ana mismo mandarГ© un mensajero al Santo Padre, a Adriano Sesto, aconsejando vuestro traslado a la Alta Saboya. AllГ arriba las herejГas campan por sus respetos y un inquisidor como vos sabrГЎ perfectamente cГіmo actuar para combatirlas. ВЎOs necesitan en esas lejanas tierras para devolver al redil a las ovejas descarriadas!
―¿El nuevo Santo Padre? ―respondió Padre Ignazio, ahora empalideciendo visiblemente, sintiendo todas sus certidumbres desaparecer.
―¿HabГ©is estado tan ocupado en servir a vuestra Santa Madre Iglesia que ni siquiera estГЎis al corriente del hecho de que el solio pontificio ha sido ocupado por el Obispo Adriano Florensz da Utrecht, mГЎs o menos hace seis meses? DespuГ©s de la muerte de Leone Decimo, el cГіnclave ha estado mucho tiempo reunido para elegir a un nuevo pontГfice. Pero, al fin, ha elegido, ВЎno al Obispo de Firenze, Giulio Dei Medici, como quizГЎs vos esperabais!
―¿Asà que la Iglesia está gobernada por un hombre cercano a los Reformistas? ¿Y nuestro legado pontificio? ¿Cuándo llegará a la sede? ―Padre Ignazio estaba totalmente conmocionado por la noticia.
―¡QuГ© mal informado estГЎis, querido! El cardenal Cesarini ha llegado de Roma ya a mitad del pasado mes de marzo pero parece ser que Jesi no era la sede que esperaba. Ha dejado a su vicario, volviendo enseguida a la de Orvieto. Considerando su perenne ausencia, las autoridades civiles han pedido su sustituciГіn. Pero esperamos las noticias de Roma que, realmente, no tardarГЎn en llegar. Hacedme caso, preparad el equipaje, antes de que todo el mal que habГ©is hecho se vuelva contra vos. TodavГa estГЎis bajo la protecciГіn de ese hГЎbito que llevГЎis pero creo que esos vestidos, bien pronto, os asfixiarГЎn.
Padre Ignazio, al no tener nada que responder, se dirigiГі con la cabeza gacha hacia la puerta, saliГі pasando al lado del Juez Uberti sin dignarse a dirigirle la mirada, y se desvaneciГі por los recovecos del torreГіn. ВЎEs verdad, en esos meses habГa estado tan concentrado en demostrar que Mira era una bruja que habГa perdido totalmente el contacto con la realidad!
TodavГa trastornada por la conversaciГіn que acababa de tener e inmersa en sus propios pensamientos, Lucia ni se habГa percatado de que el Juez habГa vuelto a entrar en la habitaciГіn, esperando con paciencia que le dirigiese la palabra. EscuchГі la frase salir de sus propios labios como si fuese otra persona la que hablase.
―Las acusaciones de brujerГa en contra de Mira han caГdo. Os toca a vos juzgarla. ВЎSed clemente con ella!
―Su culpabilidad en ser la responsable de la muerte del Cardenal ahora ya está ampliamente demostrada. Y, para un asesino, la condena es la muerte. No hay nada que discutir. La única clemencia que puedo reservarle es la de una ejecución rápida y sin público. Mira será decapitada mañana al alba. No haré pública la noticia. Será una cuestión entre ella y el verdugo.
―Lo único que pido es que no sufra ―contestó Lucia encogiéndose de hombros.
―Un golpe seco, bien asestado, y la cabeza de la joven rodará sobre el adoquinado de la Piazza della Morte. Mira no tendrá ni tiempo para darse cuenta de que ya no tiene la cabeza unida al cuello.
Lucia sintiГі las lГЎgrimas que estaban a punto de salir de sus ojos pero las contuvo, advirtiendo su sabor salado en la garganta. Sus sombrГos pensamientos fueron interrumpidos por un insГіlito alboroto que llegaba hasta las ventanas desde el exterior, desde la Piazza del Palio y de las calles limГtrofes. Una multitud de personas, provenientes del condado, armadas con horcas, cuchillos y otros enseres rudimentarios, estaba entrando en la ciudad por Porta Valle y se dirigГa amenazadora hacia la parte alta de la ciudad.
―¡Al palacio. Vayamos a la sede arzobispal!
―¡Muerte al vicario del Cardenal Cesarini!
―¡Muerte al ladrón, muerte al usurpador!
Lucia, al escuchar aquellas frases, comprendiГі lo que estaba a punto de suceder, y comprendiГі que la situaciГіn era realmente grave. DebГa hacer algo para frenar a aquella gente y para evitar un inГєtil derramamiento de sangre.
Una revuelta popular, en este momento, significarГa el fin de esta ciudad. Debo evitar que estos villanos transformen el centro en una carnicerГa. La poblaciГіn ya ha sido diezmada por la peste, sГіlo nos faltaban las luchas intestinas entre ciudadanos para reducir Jesi a cenizas.
CapГtulo 4
El castillo de Massignano era acogedor y seguro pero Andrea realmente estaba cansado de entrenarse con el Mancino y sus esbirros. No es que la compaГ±Гa de estos hombres rudos le molestase. Con frecuencia, por la noche, bebГa vino y jugaba a los dados con ellos y mГЎs de una vez se habГa quedado dormido sobre el suelo, debido a los vapores del alcohol, junto a los otros esbirros. Es verdad, el Mancino, a pesar de que hacГa tiempo habГa perdido el uso del brazo derecho, se las apaГ±aba, y mГЎs de una vez le habГa hecho volar la espada de las manos. Con el pasar del tiempo cada vez eran mГЎs amigos, pero Andrea era un hombre de acciГіn, y un noble por aГ±adidura, y a menudo se preguntaba cuГЎnto tiempo mГЎs deberГa soportar aquella semi prisiГіn para contentar al Duca de Montacuto, para demostrar su reconocimiento por haberlo salvado del patГbulo. Andrea esperaba que, en cualquier momento, el Duca lo convocase y, finalmente, le hiciese marchar a Montefeltro, donde habrГa puesto sus cualidades de condottiero al servicio de un poderoso SeГ±or. Y claro, ya no soportaba seguir derrochando el tiempo de manera tan absurda. Era como si el Duca, de manera deliberada, quisiera retenerlo, como si gozase con el hecho de mantenerlo inactivo el mГЎximo tiempo posible.
―Si el Duca todavГa no ha organizado tu traslado se entiende que hay algГєn obstГЎculo, ya sea material o polГtico. Mi amo es un hombre sabio, aunque aparentemente parece una persona mГЎs ruda que nosotros que lo servimos. Pero lo que lo distingue con respecto a nosotros es la capacidad de hacer razonar a su mente ―y el Mancino se tocГі la sien con el dedo Гndice para subrayar este concepto ―VerГЎs, a su debido tiempo todo estarГЎ organizado, no se dejarГЎ nada al azar.
―Gesualdo, tambiГ©n yo sГ© hacer funcionar bien la cabeza y lo que entiendo es que hace cuatro aГ±os que estoy aquГ, en este castillo, y mis miembros se estГЎn oxidando. Si tuviera que enfrentarme con un enemigo, a solas, no sГ© cГіmo acabarГa… ВЎQuizГЎs no demasiado bien!
El Mancino, que habГa comprendido la indirecta, para no dejar que el joven cayese en la melancolГa, saltГі, aferrГі su pesada espada con la izquierda e invitГі al amigo a combatir.
―Ten coraje, venga, veamos cuánto te has oxidado. Tal como yo lo veo, lo que te falta es una mujer. Es inútil que continúes pensando en tu Lucia, ¡quién sabe si la volverás a ver! Dejame a mà y esta noche estarás acompañado. Un hombre necesita desfogar no sólo los músculos de los brazos y de las piernas. Conozco a un par de sirvientas que, en caso de necesidad, ¡saben lo que deben hacer para satisfacer un músculo que desde hace mucho tiempo permanece en letargo! Basta con compensarlas al final con un par de monedas de plata, y ya está ―y rompió en una gran risotada.
Andrea, picado en lo mГЎs vivo, a su vez empuГ±Гі su espada y la cruzГі con violencia contra la del Mancino.
―¡No eres más que un maldito bastardo! ¿Por quién me has tomado? ¿Por una de tus putas? Soy fiel a mi amada, le he jurado fidelidad cuando estaba a punto de morir. ¿Ella ha curado mis heridas y la he de recompensar con una traición?
Gesualdo se desequilibrГі hacia atrГЎs, manteniГ©ndose bien asentado sobre las piernas e hizo que la espada del joven cayese al suelo ruidosamente.
―¡Eh, el amor juega malas pasadas! SГ, hoy estГЎs muy distraГdo, combates muy mal, amigo mГo. Tienes suerte al tenerme enfrente y no a un enemigo, en caso contrario ya estarГas muerto.
Andrea levantГі de nuevo la espada y lanzГі un nuevo fendente
contra la del Mancino que la hizo girar provocando el desequilibrio y la caГda al suelo de su adversario. En un instante estuvo encima de Г©l, el filo de la espada apoyado amenazador en el cuello del joven. Г‰ste Гєltimo, con un ГЎgil salto hacia atrГЎs, se liberГі de la presa y con una patada hizo volar la espada de las manos del Mancino. Luego se adueГ±Гі de la suya y volviГі al ataque. Esta vez Gesualdo estaba en posiciГіn de inferioridad. Los esbirros que asistГan al espectГЎculo no eran novatos a las escaramuzas entre los dos y apostaban ya sobre uno ya sobre el otro. En poco tiempo la riГ±a se volviГі incontrolable: los dos continuaban batiГ©ndose, arremetiendo el uno contra el otro, a veces incluso gritando, mientras los allГ presentes continuaban a apostar sumas cada vez mГЎs altas e incitaban a la lucha. Hasta que, de repente, todos se callaron. Andrea y Gesualdo se dieron cuenta de que habГa algo iba mal y dejaron de combatir. Levantaron la cabeza y se encontraron cara a cara con el Duca Berengario di Montacuto.
―Dejad de jugar vosotros dos e iros a poneros presentables. Esta noche tendrГ©is el honor de cenar sentados a mi mesa ―sentenciГі con voz autoritaria. Luego se girГі sobre sus talones y desapareciГі por el largo pasillo, por la misma direcciГіn por la que habГa venido.
Muy raramente, en el curso de estos largos aГ±os, Andrea habГa entrado en el ala del castillo donde residГa el SeГ±or, el Duca di Montacuto. Eran habitaciones muy ricas, tanto en mobiliario como en decoraciones, con respecto a las que estaba habituado a frecuentar, en la parte de la Rocca donde habitaban los soldados, hombres de armas y sirvientes, y donde Г©l, a duras penas, habГa conquistado una estancia con una cama de paja, gracias a la intercesiГіn de Gesualdo con el lugarteniente del Duca.
Se contaban con los dedos de la mano las veces que Andrea se habГa encontrado en presencia del Duca. Vale, este Гєltimo a menudo estaba lejos del castillo, ya que pasaba mucho tiempo en Ancona, tanto para mantener bajo control los negocios administrativos de la ciudad, ahora que habГa derrocado al Consiglio degli Anziani, como para seguir de cerca los trabajos de construcciГіn de la ciudadela fortificada, nuevo baluarte de defensa del puerto. El hecho es que, desde el momento en que el Duca lo habГa salvado del patГbulo con un fin concreto, el de enviarlo a servir a Malatesta de Rimini, habГa esperado abandonar aquel lugar de descanso mucho antes. Y en cambio, parecГa que el Duca se complacГa en no recibirlo, ya por un motivo, ya por otro, y continuaba manteniГ©ndolo en medio de aquellos bГЎrbaros, que nada tenГan que ver con Г©l, con su nobleza, con su linaje, con su cultura. Ni siquiera habГa encontrado un libro para leer para poder transcurrir el tiempo de manera digna y el Гєnico pasatiempo era el de entrenarse combatiendo, lo que ya le estaba aburriendo. Su Гєnico consuelo era la amistad de Gesualdo que, a pesar de sus orГgenes humildes, creГa era un compaГ±ero fiel y sabio para dar consejos. El hecho de caminar a su lado lo animaba e infundГa en su ГЎnimo el coraje que necesitaba para enfrentarse a una posible conversaciГіn con el viejo Duca di Montacuto.
―Finalmente lo conseguimos. Seguro que ha llegado la hora de partir hacia los territorios de Montefeltro, de combatir en serio, de tener a sus Гіrdenes hombres valerosos ―decГa Andrea a su amigo mientras recorrГan un largo pasillo, en el cual sus pasos eran amortiguados por alfombras dispuestas en el suelo, y a los ruidos y voces no se les permitГa rebotar gracias a una serie de tapices que cubrГan las pareces. ―HarГ© todo lo que me ordenen, pero en una cosa, sГіlo en una cosa, serГ© intransigente con el Duca. TГє, Gesualdo, deberГЎs acompaГ±arme. SerГЎs mi guГa y mi brazo derecho. No quiero ningГєn otro a mi lado en el trayecto desde aquГ a Rimini.
―Mi joven amigo, tГє eres fuerte y robusto mientras que yo soy un viejo invГЎlido. No creo que nuestro SeГ±or consienta tu peticiГіn. Aunque hace tiempo que no me llama y no me ha confiado misiones despuГ©s de aquella que ambos conocemos, sГіlo saber que estoy lejos de aquГ podrГa ser motivo de enojo para el Duca. Hazme caso. ВЎPermanece callado y no formules pretensiones absurdas!
―¡Cállate tú! Serás viejo e inválido pero combates mucho mejor y eres mucho más astuto que un joven guerrero. Y además…
Las palabras se suavizaron porque habГan llegado al final del pasillo. La puerta abierta de par en par enfrente de ellos mostraba el comedor, donde una larga mesa estaba repleta de manjares. Dos reverentes servidores mantenГan abiertas las pesadas cortinas de terciopelo rojo que encuadraban la entrada. A su paso hicieron una profunda reverencia, luego volvieron a cerrar las cortinas una vez que los huГ©spedes hubieron traspasado el umbral. Andrea y Gesualdo miraron asombrados los asados de pavo, faisanes y pintada gris, las patatas al horno y las verduras cocidas. Todos los platos estaban embellecidos con decoraciones, en un derroche de colores difГciles de ver. Por no hablar de los aromas que llegaban hasta las narices de Andrea recordГЎndole los efluvios que sГіlo en la casa paterna habГa apreciado en su momento y que casi habГa olvidado. El vino de las jarras era rojo, del tГpico color oscuro del vino de Monte Conero. Andrea sintiГі un ligero codazo, preludio del consejo susurrado por el Mancino.
―Ve despacio con el vino. Para uno como tГє, habituado al Verdicchio y a la MalvasГa, el Rojo Conero puede ser peligroso. ВЎEnseguida se sube a la cabeza!
―El momento favorable podrГa no durar demasiado y, por lo tanto, debemos actuar ahora para apoyar a nuestro amigo Sigismondo Malatesta ―comenzГі a decir Berengario volviГ©ndose a sus huГ©spedes mientras le metГa el diente a un muslo de pollo, sosteniГ©ndolo por el hueso, mientras la grasa resbalaba desde la mano hasta el antebrazo. ―Ahora que Leone X estГЎ muerto, ВЎarrebataremos Urbino y Montefeltro a los Medici y a la Santa Sede! Dentro de poco todos los territorios de Le Marche, comprendida la Marca Anconitana, deberГan volver a su justo equilibrio. Sometidos, sГ, al Estado de la Iglesia, pero siempre con gobiernos civiles independientes. Por desgracia, el Duca Francesco Maria della Rovere parece ser que se ha retirado a su Senigallia, renunciando a reconquistar el Ducato di Urbino, que le habГa sido quitado por Cesare Borgia y luego habГa pasado al sobrino del Papa Leone X. AdemГЎs, los territorios de Jesi se hayan en el mГЎs total abandono. DespuГ©s de la muerte del Cardenal Baldeschi se enviГі a un legado pontificio que parece que no tenga tanto la intenciГіn de gobernar la ciudad como la de acabar de mermarla, reduciГ©ndola a la miseria, aprovechando la falta de un gobierno civil.
Al oГr estas Гєltimas palabras, el corazГіn de Andrea se sobresaltГі. El gobierno civil de la ciudad de Jesi era suyo. Si el Duca di Montacuto querГa restablecer el equilibrio polГtico, bastarГa que lo hubiese enviado a su ciudad y se habrГa ocupado Г©l de arreglar las cosas y hacer entrar en razГіn a aquel famoso legado pontificio. ВїQuГ© sentido tenГa mandarlo a combatir por el SeГ±or de Rimini? Pero quizГЎs, las intenciones de Montacuto eran otras. QuizГЎs le venГa bien mantener la situaciГіn de desorden en la cercana Jesi, ahora que habГa expulsado al Consiglio degli Anziani y habГa tomado en sus manos el gobierno de la ciudad y de la Marca Anconitana. A lo mejor, en el Гєltimo momento, darГa la espalda a todos y venderГa Ancona al Papa por unas decenas de miles de florines de oro. O quizГЎs se aliarГa en secreto con el Duca della Rovere y harГan un frente comГєn contra el Papa y contra el mismo Malatesta, a fin de que Г©ste Гєltimo no extendiese sus miras expansionistas hacia el sur. ВЎQuiГ©n sabe! A Andrea no le disgustarГa regresar a Jesi y poder volver a ver a su amada. Pero si ni siquiera habГa sido informado de la muerte de su jurado enemigo el Cardenal Baldeschi, imaginemos si hubiese pasado por la mente del Duca hacerlo volver a su patria. AsГ que Andrea decidiГі permanecer en silencio y seguir escuchando la argumentaciГіn del Duca Berengario, mientras se llevaba distraГdamente a la boca algunas patatas y saboreaba su delicado sabor. SГіlo unos pocos aГ±os antes ni se conocГa la existencia de este delicioso tubГ©rculo que habГa sido importado del Nuevo Mundo. Un siervo le echГі vino rojo en la copa y Г©l lo tragГі para acompaГ±ar a las patatas en su largo recorrido hacia el estГіmago.
―El Papa que ha sido nombrado hace poco, Adriano VI, es un tГtere, un fantoche en manos de la oligarquГa eclesiГЎstica, que ha apartado de sГ al linaje de los Medici, que estaban adquiriendo demasiado poder, incluso en Roma. No creo que dure mucho, antes de que Giulio Dei Medici trame algo para echarlo y volver a tomar las riendas del estado eclesiГЎstico. Por lo que debemos aprovechar el momento antes de que sea demasiado tarde. MaГ±ana por la maГ±ana, temprano, Andrea, partirГЎs hacia Pesaro, donde tomarГЎs el mando de la guarniciГіn del ejГ©rcito de Sigismondo Malatesta. GuiarГЎs a esta guarniciГіn hasta Urbino mientras Malatesta llegarГЎ a la misma ciudad desde el norte con el resto de su ejГ©rcito, a travГ©s de los territorios de Montefeltro. AtenazarГ©is Urbino desde el norte y desde el sur y, tanto los Medici que ocupan Montefeltro como el conde Boschetti que gobierna Urbino de parte de la Santa Sede, no tendrГЎn escapatoria. TГє, Gesualdo, acompaГ±arГЎs a Andrea hasta Pesaro. El camino es largo y peligroso y tГє conoces las mejores vГas para recorrerlo. Te asegurarГЎs de que Andrea llegue a su destino lo antes posible. Luego volverГЎs enseguida. Que no me entere de que por algГєn motivo, por muy vГЎlido que sea, tu acompaГ±es a Andrea en la batalla. Dentro de cuatro dГas te quiero de vuelta en el castillo, en caso contrario… ―y se pasГі dos dedos deslizando la piel del cuello, simulando lo que harГa la hoja de un cuchillo presionado contra la yugular.
Aunque, en su interior, intentaba no admitirlo, Andrea habГa entrevisto brillar una luz de traiciГіn en los ojos del Duca mientras Г©ste hablaba. Nunca se habГa fiado de Г©l y ahora mucho menos. Cuando luego, Г©l y Gesualdo, fueron despedidos y, al salir, se cruzaron con dos brutas caras de esbirros, que nunca habГan visto antes en la Corte, los temores de Andrea todavГa se acentuaron mГЎs. Por suerte el Mancino, en el que tenГa completa confianza, en las horas y los dГas venideros, estarГa a su lado para defenderlo a costa de su propia vida.
―Según tú, ¿quiénes son esos dos, Gesualdo? ¿Sicarios, quizás, unos matones?
―No sabrГa decirlo. Es la primera vez que los veo. Pero esas caras no me inspiran nada bueno. Pero no hablemos de eso aquГ. Ven, vamos a escoger los caballos para maГ±ana. En los establos podremos hablar tranquilamente.
Cuando Matteo y Amilcare estuvieron dentro del salГіn, el Duca hizo cerrar la puerta, luego dio unas palmadas. Enseguida algunas sirvientas, con vestidos de colores, con transparencias que ponГan perfectamente en evidencia sus gracias femeninas, llegaron a la sala desde una puerta secundaria y comenzaron a bailar teniendo de fondo una melodГa tocada por invisibles mГєsicos, escondidos quiГ©n sabe dГіnde. Berengario tenГa mГЎs de sesenta aГ±os y, durante su vida, habГa tenido tres esposas, todas desaparecidas muy jГіvenes y en circunstancias misteriosas. Alguien, en la Corte, murmuraba sobre el hecho de que Г©l mismo habГa mandado matarlas, una vez que se habГa aburrido de ellas. Siempre habГa sido un lujurioso, ademГЎs de un amante de las delicias de la mesa, tanto que habГa dudas sobre en quГ© cГrculo infernal acabarГa despuГ©s de su muerte. Lo importante era gozar de los placeres que la vida le ofrecГa hasta que pudiese. Y desde este punto de vista, en privado, no dejaba que le faltase nada. AlargГі el brazo hacia una de las siervas, la que vestГa una tГєnica de color rojo encendido y se la arrancГі dejГЎndola desnuda del todo. La muchacha ya sabГa lo que tenГa que hacer y estaba al corriente de que, si no desenvolvГa perfectamente su misiГіn, al dГa siguiente su cuerpo sin vida serГa encontrado en medio del bosque por cualquier cazador. Se acercГі al Duca y le bajГі las calzas. Luego cogiГі el miembro entre sus manos hasta hacerlo endurecer, bajГі sus abundantes senos hacia el bajo vientre de su seГ±or, intentando que se excitase cada vez mГЎs. SГіlo cuando creyГі que el hombre estaba a punto de explotar se girГі y se dejГі sodomizar. Finalmente, el Duca lanzГі un grito de placer satisfecho y, como recompensa, metiГі una moneda de oro en el hueco entre los senos de la joven, que fue muy hГЎbil en mantenerla sin dejarla caer al suelo.
―¡Venga, queridos huГ©spedes! Hay comida y mujeres para todos aquГ. Adelante. Yo invito y hoy me siento generoso. Y al final tambiГ©n hablaremos de negocios.
Los establos del castillo de Massignano eran capaces de albergar mГЎs de cien caballos pero en ese momento sГіlo habГa allГ una treintena. Dejando aparte las yeguas mГЎs tranquilas y dГіciles, el Mancino guiГі a Andrea hasta la zona en la que habГan sido construidos algunos compartimentos en ladrillo, donde los caballos mГЎs fogosos estaban encerrados para evitar que se pusiesen nerviosos sГіlo mirГЎndose entre ellos.
―Los sementales son los mГЎs difГciles de montar pero dan muchas satisfacciones. Son mucho mГЎs veloces y pueden arremeter contra el enemigo despreciando las flechas que silban cerca de sus orejas. Y aunque los sobrecargues con las armaduras disminuyen muy poco su rendimiento. AquГ estamos ―dijo Gesualdo abriendo la puerta de una estancia donde un caballo, todo negro, relinchГі nervioso ante la visiГіn de los reciГ©n llegados ―Ruffo es mi preferido. Es un murguese, un caballo originario de Puglia, donde tiempo atrГЎs eran adiestrados los caballos para el Emperador Federico II di Svevia y para su linaje.
Andrea apreciГі las magnГficas formas del corcel, luego bajГі la mirada para estudiar patas y cascos.
―Se ve que no es un caballo adiestrado en llanuras verdes y hГєmedas sino en las colinas ГЎridas y pedregosas de Murguia. Nos gusta mucho recordar a Federico II en Jesi porque es la ciudad en la que naciГі y yo he podido tener entre mis manos su tratado De arte venandi cun avibus, donde describe cГіmo Г©stos eran caballos adaptados a la cetrerГa, al contrario de los otros, el murguese no teme a los halcones o ГЎguilas que sobrevuelan a su alrededor, especialmente cuando descienden en picado para volver al brazo enguantado de su dueГ±o…
Su conversaciГіn fue interrumpida al oГr voces que indicaban la presencia de otras personas. El Mancino le hizo una seГ±al a Andrea para que estuviese en silencio y permaneciese escondido, agachГЎndose cerca de Ruffo y conteniendo la puerta de madera sin cerrarla del todo. Los dos esbirros con los que poco antes se habГan cruzado en las estancias de arriba quizГЎs habГan tenido la misma idea, la de venir a escoger los caballos para el dГa siguiente. Convencidos de que no habГa nadie en los establos hablaban en voz bastante alta, de manera que era fГЎcil captar su conversaciГіn. A Andrea se le hizo un nudo en la garganta cuando los tipos se pararon justo delante de la puerta entrecerrada del refugio de Ruffo. La idea de ser descubiertos allГ dentro y tener que hacerles frente no es que le gustase demasiado, tambiГ©n porque tanto Г©l como Gesualdo estaban desarmados.
Por suerte los dos pasaron de largo.
―Mejor no arriesgarse a cabalgar sementales que no conocemos ―dijo el más anciano y más desagradable, un tipo con el rostro picado de viruelas, enmarcado por una barba despeluchada. ―Cojamos mejor dos jóvenes castrados. De todas formas tenemos la ventaja de la noche. Llegaremos con tranquilidad a la Torre di Montignano y tendremos todo el tiempo para preparar la emboscada. Será un trabajo sencillo y rápido y el Duca sabrá recompensarnos debidamente.
El otro acompaГ±Гі las Гєltimas palabras dichas por su compadre con una sonora risotada. Bajo los ojos incrГ©dulos de Andrea y Gesualdo, que continuaban permaneciendo bien escondidos, echaron sus mГseras alforjas sobre los dos caballos que se les pusieron a tiro, saltaron a la grupa de los animales y desaparecieron en la oscuridad de la noche, dejando detrГЎs de ellos la estela de sus risotadas grotescas y de su olor pestilente.
CapГtulo 5
Cultura es lo que la mayorГa recibe,
muchos transmiten y pocos poseen
(Karl Kraus)
TambiГ©n aquella maГ±ana Lucia se despertГі con los primeros rayos de sol que se filtraban por la persiana entre los brazos reconfortantes de Andrea. Su cuerpo desnudo, saciado de amor, del amor dado y recibido durante la noche, estaba protegido por los brazos fuertes y musculosos de su amado, que lo envolvГan como un caparazГіn. ConocГa a Andrea desde hacГa poco tiempo y sin embargo estaba tan enamorada que no habrГa podido concebir la vida sin Г©l. Si en ese momento se hubiese despertado en la cama sola, ya estarГa con un cigarrillo encendido entre los dedos, incluso antes de levantarse. Y en cambio ahora no, ahora estaba Andrea para apaciguarla y no necesitaba nada mГЎs. HabГa descubierto en Г©l a un hombre apasionado por la cultura, por la historia, por la literatura antigua y moderna, y esto hacГa de aquel joven el compaГ±ero ideal para ella, con el que compartir intereses y pasiones, ademГЎs de la casa y la cama. Le habГa preguntado mГЎs de una vez quГ© trabajo hacГa y Г©l siempre habГa respondido de manera evasiva: el antropГіlogo, el arqueГіlogo, el geГіlogo. En definitiva, todavГa no habГa comprendido cuГЎl era exactamente su fuente de ingresos. Para ser un investigador, como se definГa, debГa tener un apoyo financiero, ser un becario de cualquier universidad como mГnimo, ya fuese italiana o extranjera. O tener una financiaciГіn de alguna importante organizaciГіn privada interesada en sus estudios. Ella sabГa perfectamente como era muy difГcil sacar adelante las investigaciones con los escasos fondos puestos a disposiciГіn por el gobierno y el Ministerio de Universidades e InvestigaciГіn. En cambio, daba la impresiГіn de que Andrea tuviese apoyo econГіmico suficiente para realizar todo lo que se le pasaba por la cabeza. Pero quizГЎs estaba respaldado por la riqueza de su familia de origen. QuiГ©n sabe, a lo mejor los Franciolini, a la larga, habГan sabido administrar sus bienes de manera mГЎs eficaz y productiva que los Baldeschi-Balleani. ВїPero quГ© importaba? Ella todavГa gozaba del calor, del contacto piel con piel, contrarrestado por el frescor de las sГЎbanas que recubrГan en parte sus cuerpos. Afuera, dentro de poco, el sol pegarГa fuerte pero los gruesos muros del antiguo Palazzo Franciolini mantenГan el ambiente fresco, incluso en pleno verano, sin necesidad de instalar ningГєn aparato de aire acondicionado.
HabГa intentado limitar al mГЎximo sus movimientos pero, en un cierto momento, Andrea habГa percibido su despertar, habГa abierto un poco los pГЎrpados, habГa acercado sus labios a su rostro, le habГa estampado un beso en una mejilla y la habГa soltado del abrazo con delicadeza. En ese momento Lucia, aunque de mala gana, decidiГі levantarse. Fue hasta el baГ±o e hizo correr durante un tiempo el agua templada de la ducha sobre su cuerpo, luego, todavГa con el albornoz y con los cabellos mojados, fue a la cocina y preparГі el cafГ©, para ella y para Andrea. Se sentГі a la mesa, con la taza humeante delante de ella, retomando con avidez la lectura del texto que habГa dejado allГ encima la noche anterior. AtraГdo por el fuerte aroma de la bebida al poco apareciГі Andrea que se puso su cafГ© de la jarra y se sentГі enfrente de ella, poniendo en funcionamiento la tablet para leer las noticias de la maГ±ana en el sitio ANSA
.
―No entiendo porqué no enciendes el televisor en vez de arruinarte la vista con esa pequeña pantalla. En algunos canales hay noticias todo el tiempo...
―No es lo mismo ―la interrumpiГі Andrea ―Ciertas noticias en la televisiГіn no las ponen. Estoy siguiendo con atenciГіn los sucesos de los sitios arqueolГіgicos objeto de destrucciГіn por parte de los jihadistas, de los extremistas islГЎmicos. Los telediarios oficiales nos estГЎn haciendo creer que la situaciГіn es mucho mГЎs grave de lo que es en realidad. Pero, de todas formas, para mГ, la pГ©rdida de antiguos yacimientos milenarios es un hecho extremadamente grave. Cuando algunas de estas zonas sean liberadas creo que estarГ© preparado para irme enseguida para evaluar los daГ±os y ayudar en la reconstrucciГіn histГіrica de la antigua ciudad. El aГ±o pasado hemos visto con NГnive que se pudo recuperar mucho de aquello que los activistas del ISIS habГan mostrado como destruido.
―¿Y me dejarГas aquГ sola por unas ruinas milenarias? ―se volviГі hacia Г©l cogiГ©ndole la mano y reteniГ©ndola entre las suyas.
―Si tГє no quieres seguirme, sГ. El trabajo es el trabajo, y el mГo creo que es muy apasionante. Es verdad que no dejarГ© de amarte pero non renunciarГa de ninguna manera a mis obligaciones.
Fingiendo hacerse la ofendida Lucia retirГі las manos, busco el paquete de cigarrillos y encendiГі uno.
―Sin desdeñar, quizás, alguna aventura amorosa exótica, ¿verdad? Umm… Nunca hay que fiarse de los hombres: son traidores por naturaleza.
Lucia aspirГі con fuerza el cigarrillo y tirГі el humo hacia Г©l que se lo cogiГі de las manos y dio a su vez una calada.
―Oh, yo no. ¡Soy un hombre fiel!
―Esta afirmación se deberá evaluar. Tienes treinta años cumplidos y haces el amor como una persona experta en la materia. No sé nada de tu vida pasada. ¡Quién sabe con cuántas mujeres has estado antes!
Para no enredarse en una conversaciГіn que no querГa tener por nada del mundo, Andrea cambiГі de tema.
―Pero hablemos de tu trabajo. ¿Qué cosa has encontrado tan interesantes en la humilde biblioteca de esta mansión que te ha hecho estar en pie hasta las dos de la madrugada y reencontrarte aquà a las siete de la mañana retomando la lectura?
A la espera de una respuesta, Andrea aplastГі en el cenicero el cigarrillo consumido sГіlo hasta la mitad. Lucia, nada satisfecha por la dosis de nicotina tomada, sacГі del estuche el cigarrillo electrГіnico y pulsГі sobre el botГіn de encendido. El vapor soplado por la joven se diluyГі en el aire de la cocina.
―Estos documentos se refieren a la historia de esta ciudad en los primeros decenios del siglo XVI y son interesantes porque describen los acontecimientos sucedidos a la muerte del Cardenal Baldeschi, de manera distinta a como la conocГa y de cГіmo son descritos en los textos oficiales de la historia de Jesi. Es muy extraГ±o cГіmo la copia de La Storia di Jesi conservada en este edificio, que deberГa ser igual a las otras dos encontradas en el Palazzo Baldeschi-Balleani y en la Biblioteca Petrucciana, no tiene las pГЎginas arrancadas sino que estГЎ Гntegra. Pero lo que es mГЎs interesante es que algunos detalles se cuentan de manera distinta con respecto a los otros textos que he podido tener entre manos.
―¿Por ejemplo? ―preguntó Andrea con curiosidad.
―Por ejemplo, yo estaba convencida que otro prelado de la familia Ghislieri habГa sucedido en el cargo a mi antepasado el Cardenal. En cambio, parece ser que las cosas se desarrollaron de forma distinta y Ghislieri llegГі a ocupar este cargo sГіlo despuГ©s de un perГodo de tiempo. Pensaba que nunca mi antepasada Lucia Baldeschi habГa asumido el cargo de Capitano del Popolo y en cambio aquГ se cuenta que en el aГ±o 1522, durante un cierto tiempo, el gobierno de la ciudad fue llevado a cabo, aunque en colaboraciГіn con la clase noble jesina, por una mujer que incluso habГa evitado una revuelta popular, pacificando los ГЎnimos inflamados con su sensibilidad femenina. ВЎMuy extraГ±o para esos tiempos!
―Creo que se tiene que evaluar la veracidad de algunas noticias. No es infrecuente que en documentos de Г©pocas remotas se cuenten falsos y clamorosos hechos histГіricos. Y ademГЎs, a menudo, quien elaboraba estas crГіnicas tendГa a mezclar realidad y leyenda muy fГЎcilmente. Venga, vistГЎmonos y salgamos a dar una vuelta por el centro histГіrico antes de que el aire ahГ fuera se caliente demasiado. A veces las piedras revelan mucho mГЎs que los libros, si uno las sabe interpretar. ВЎDГ©jate guiar por un arqueГіlogo y no te arrepentirГЎs!
Convencida de que Andrea sabГa muchas mГЎs cosas de aquellas que en el curso de algunos meses le habГa revelado, corriГі al baГ±o, dio unas pasadas de secador a los cabellos para acabar de secarlos, se maquillГі, se puso una camiseta y un par de pantalones vaqueros y se presentГі otra vez en la cocina preparada para salir. SintiГі la mirada satisfecha de Andrea sobre ella, dГЎndose cuenta de que, al no haberse preocupado de ponerse un sujetador, la forma de sus pezones estaba perfectamente estampada en la camiseta sin mangas. Pero ВЎa quiГ©n le importaba! Si incluso Andrea se ponГa celoso por sus gracias, mejor asГ: ВЎhombre celoso, hombre enamorado!
Mientras volvГan a subir, con las manos cogidas, las escaleras de Costa Baldassini, gozando del aire todavГa fresco de las primeras horas de la maГ±ana, Lucia dejГі que las piedras de las antiguas construcciones le susurrasen historias antiguas de siglos, dГЎndole vueltas en su cabeza a todo lo que habГa leГdo la noche anterior.
MISERIA
Las incursiones de los ejГ©rcitos invasores no habГan terminado y, entre el aГ±o 1520 y el 1521 se pararon en nuestra zona los hombres de Giovanni Dei Medici, primero, y los de Leone X, despuГ©s. Estos Гєltimos eran suizos a sueldo del Papa y se quedaron durante veintisГ©is dГas, produciendo infinitos daГ±os a la ciudad.
AdemГЎs de los daГ±os y vejaciones, la peste habГa vuelto como una pesadilla aterrorizando a la poblaciГіn. En un Consejo general del 6 de diciembre de 1522, intentando tomar decisiones idГіneas acerca del amenazador paso de 2.500 soldados espaГ±oles al servicio del Papa, se decidiГі hacerlos pasar lo mГЎs rГЎpido posible para alejarlos, incluso con algГєn regalo y, si de todas formas querГan venir, recibirlos fuera de la ciudad, sabiendo perfectamente que con ellos traГan el contagio. Toda Italia, por otra parte, en esos aГ±os, habГa quedado reducida a la mГЎs miserable de las condiciones. A la ruina y las carnicerГas causadas por las batallas y por las correrГas de los ejГ©rcitos extranjeros, se aГ±adГan los aluviones y la peste, que continuaba, por todas partes, produciendo vГctimas. A pesar de las labores de prevenciГіn de los ciudadanos, la terrible enfermedad, segГєn algunos, en concreto segГєn el historiador Antonio Gianandrea, habrГa llegado a Jesi proveniente de Ancona, en algunos fardos de cuerdas. Se dice que dicha peste llegГі por justicia divina, porque el aГ±o anterior algunos jГіvenes, encontrando el cuerpo muerto de un forastero en casa Caldora, todo entero, para divertirse, lo llevaron durante los dГas de Carnaval disfrazado por la ciudad y, al no ser castigados por esto, sino que fueron ayudados por todo el pueblo, en sueГ±os se les apareciГі la imagen de un hombre negro que les advertГa que poco despuГ©s morirГan por la peste. Es un hecho que la peste sumergiГі a la poblaciГіn en la mГЎs negra de las miserias.
Ya el aГ±o anterior una multitud de langostas habГa comido casi toda la avena, trayendo hambruna y muchas otras penurias, fue opiniГіn universal que, si el Magistrado no hubiese ayudado a muchos con el dinero pГєblico y ordenado que se premiase a aquellos que mataban una cierta cantidad de langostas, el aГ±o siguiente una buena parte de la ciudadanГa habrГa muerto de hambre. Fue tal la miseria que los mГЎs pobres, no teniendo con que matar el hambre se habГan visto obligados a comer hierba, como las bestias, y un poco de sГ©mola.
Mientras, los dos jГіvenes, jadeantes, habГan llegado a lo alto de la cuesta, habГan recorrido un pequeГ±o tramo de Via Roccabella y habГan desembocado en Piazza Colocci, iluminada por el sol de una esplГ©ndida jornada de julio, parГЎndose a admirar la fachada del Palazzo del Governo, conocido por la mayorГa como Palazzo della Signoria.
―No veo por quГ© se insiste en llamarlo Palazzo della Signoria cuando en Jesi nunca ha existido un seГ±orГo ―dijo Lucia volviГ©ndose hacia su erudito compaГ±ero y esperando su competente intervenciГіn.
―Y, en efecto, Jesi era una repГєblica, como se cuenta en diversas inscripciones sobre las imГЎgenes de las paredes de este palacio. Una repГєblica, de todas formas, subyugada al mГЎs alto poder papal que extendГa hasta aquГ sus alas protectoras: Rex Publica Aesina, Libertas ecclesiastica – Alexander VI pontifex maximus. Esto para recordar a todos que el mismo Papa Alessandro VI, en el aГ±o 1500, inaugurГі y bendijo este palacio, obra del arquitecto Francesco di Giorgio Martini, concediendo a la ciudad de Jesi que continuase siendo una repГєblica independiente y poder seguir decorando el sГmbolo de la ciudad, el leГіn rampante, con la corona real, siempre y cuando fuese sierva del poder de la Iglesia y al mismo tiempo aceptase la importante presencia de un legado pontificio.
―Interesante. Por lo tanto el nombre Palazzo della Signoria es evidente que estГЎ ligado al arquitecto que lo ha realizado y que es uno de los que proyectaron el Palazzo Vecchio en Firenze. ―En ese momento Lucia posГі la vista sobre la imagen en mГЎrmol, que representaba en relieve al leГіn rampante, que tenГa encima una falsa corona de bronce. Debajo de la figura, una inscripciГіn en un latГn poco comprensible. ―Parece que esa corona, encima del leГіn, tenga poco que ver con el resto de la obra. ВїPor quГ© el escultor que ha realizado la obra no ha esculpido tambiГ©n la corona encima de la cabeza del leГіn? ВїY esa inscripciГіn? Un latГn bastante chapucero, dirГa yo. ВЎNi siquiera las fechas estГЎn escritas correctamente!
MCCCCLXXXXVIII
AESIS REX DEDIT FED IMPRESORCORONAVIT RES P. ALEX
VI PONT INSTAURAVIT
―Es verdad ―contestГі Andrea ―Es un latГn bastante macarrГіnico, pero quГ© le vamos a hacer, estamos entre el final del 1400 y el inicio del 1500. QuizГЎs la gramГЎtica latina habГa caГdo en el olvido. Pero el sentido de la frase es que en el aГ±o 1498, con la bendiciГіn del Papa Alessandro VI, Rodrigo Borgia, en la fachada del Palazzo della Signoria de Jesi al leГіn rampante se le aГ±adiГі la corona, en honor a que fue la ciudad en que naciГі el Emperador Federico II. Pero si levantas la mirada ves tambiГ©n que el Papa hizo aГ±adir otra figura, la que representa las llaves cruzadas, sГmbolo del Vaticano, y la frase LIBERTAS ECCLESIASTICA – MCCCCC, para reforzar el concepto del que hace poco estГЎbamos hablando.
―Si intentamos traducirla literalmente, el sentido de la frase me parece un poco distinto ―continuГі Lucia ―Si tomamos al leГіn como sujeto implГcito de la frase, se podrГa traducir: Re Esio lo dio, Federico Emperador lo coronГі, como sГmbolo de la Res publica, Alessandro VI PontГfice lo instaurГі. O sea, Rey Esio, el mГtico fundador de la ciudad de Jesi, indicГі el leГіn cГіmo sГmbolo de la misma; a continuaciГіn, el Emperador Federico II, que naciГі aquГ en Jesi, lo hizo coronar proclamando la ciudad real, es decir fiel al Imperio; en fin, el Papa Alessandro VI hizo instalar el sГmbolo sobre la fachada del palacio, remarcando el hecho de que Jesi, de todas formas, permanecГa como repГєblica independiente, aunque sujeta a la autoridad eclesiГЎstica.
IncrГ©dulo, Andrea quedГі un momento en silencio, luego volviГі a hablar, no sin un poco de escepticismo.
―DeberГa consultar algunos textos para responderte de manera adecuada. En cualquier caso, tienes razГіn sobre un hecho: la corona de bronce ha sido aГ±adida de manera postiza en un momento posterior a la ejecuciГіn de la autГ©ntica escultura.
CapГtulo 6
Todo se iluminaba a causa de ella: ella era la sonrisa que iluminaba todo, por todas partes
(LeГіn Tolstoi: Ana Karenina)
Las luces de la tarde formaban sombras siniestras sobre los rostros de la multitud furiosa. Lucia se dio prisa remontando la Costa dei Pastori, recorrer en diagonal la oscura calle que pasaba por debajo de los muros de la Rocca y entrar en la Piazza del Governo, antes de que el primero de los facinerosos llegase a aquel lugar subiendo la Costa dei Longobardi. SubiГі los tres escalones que conducГan al atrio de la Iglesia de Sant’Agostino, quedando, de esta manera, en una posiciГіn mГЎs elevada con respecto a la plaza. Enfrente de ella, por la parte opuesta de la plaza, se erguГa el Palazzo del Governo, terminado hacГa poco y rematado asimismo en el interior gracias a la obra de ilustres arquitectos, entre los cuales se encontraban Giovanni di Gabriele da Como, Andrea Contucci, llamado el Sansovino, y otros insignes escultores y tallistas de madera. Tan sГіlo el maestro tallista debГa completar todavГa su trabajo: le habГa sido asignado la delicada misiГіn de tallar y trabajar el relieve de los techos de la Sala Grande, de la de la cancillerГa, de la Camera del PodestГЎ y de otras habitaciones.
Cuando las primeras personas armadas con rudimentales utensilios, como horcas, hachas, azadas, pero tambiГ©n cuchillos y lanzas encontradas quiГ©n sabe dГіnde, comenzaron a llegar protestando a la Piazza del Governo, Lucia intentГі alzarse en toda su altura, para hacerse notar por todos, sobreponiГ©ndose a la multitud. Estaba emocionada, se le encogГa el corazГіn, no sabГa si las palabras que saldrГan de su boca serГan las justas. Pero debГa intentar el todo por el todo. Alguien la reconociГі, seГ±alГЎndola a los otros, a aquellos que poco a poco estaban invadiendo la plaza.
―¡Es la noble Lucia Baldeschi! ¡La prometida del añorado Capitano del Popolo!
―¡Cierto, si hubiГ©semos tenido a Andrea dei Franciolini a la cabeza de la ciudad y del condado, no nos encontrarГamos en esta situaciГіn!
Lucia temГa que alguien, en ese momento, pudiese decir que ella estaba de acuerdo con su malvado tГo para echar a Andrea y que si Г©ste Гєltimo no habГa sido ajusticiado habГa sido por pura casualidad y no por su intersecciГіn. Ni siquiera se habГa dado cuenta de que alrededor de ella se estaba formando un aura luminosa, tan intensa que la gente casi se atemorizГі al verla. Mientras el sol se ponГa, la plaza estaba siendo iluminada por la luz que ella misma emanaba desde allГ, desde el atrio de la iglesia. Cuando levantГі los brazos y todos se callaron, a Lucia no se le escaparon las frases susurradas por quien estaba mГЎs prГіximo a ella.
―Es una santa. ВЎEs la Virgen MarГa en persona! ―decГan arrodillГЎndose y dejando caer al suelo sus armas. Todo aquello infundiГі mГЎs valor en ella, que sabГa que tenГa poderes mГЎs allГЎ de lo normal y que a veces huГan a su control, como en este caso. Pero no podГa perder tiempo corriendo detrГЎs de sus pensamientos, al hecho de que, si su abuela hubiese tenido tiempo para acabar de instruirla ahora sabrГa controlar a la perfecciГіn todas estas capacidades. DebГa hablar a quien estaba enfrente de ella. DejГі, por lo tanto, que sus palabras fuesen inspiradas por el espГritu de su abuela que, quizГЎs, todavГa aleteaba indГіmito a su alrededor.
―Venga, seГ±ores, rebelarse contra la autoridad no tiene sentido. AllГ, dentro del palacio, los nobles y los ancianos de Jesi, los que nosotros llamamos el Consiglio dei Migliori, sГіlo esperan un guГa fuerte. Y este es el momento apropiado. SГ, porque el Papa Adriano VI ha decidido reclamar el legado pontificio ya que cree que el Cardenal Cesarini es mГЎs Гєtil en Roma y no aquГ, en Jesi, donde, por otra parte, casi nunca estГЎ. ВЎY esto es para nosotros algo bueno!
La noticia, todavГa desconocida para la mayorГa de los presentes, sГіlo en parte cierta, produjo su efecto y el rumor comenzГі a levantarse entre la multitud, obligando a Lucia a elevar el tono de voz hasta casi sentir dolor en la garganta.
―Como decГa, esto es bueno para nosotros. Tenemos todo el derecho de expulsar a los ambiciosos vicarios del Cardenal. Y lo haremos sin derramar sangre. SГ© que tengo el apoyo del Papa, al que he enviado unas cartas a tal fin, mediante unos mensajeros que ya estГЎn de viaje hacia Roma. Padre Ignazio Amici, el dominico inquisidor, ya estГЎ haciendo el equipaje, pero estad seguros de que no serГЎ Г©l solo el que deje la ciudad en los prГіximos dГas. Y de nuevo tendremos un obispo jesino, el Cardenal Ghislieri. Venga, vamos, deponed las armas, volved a casa y dormid tranquilos. TambiГ©n porque, y Г©sta es una promesa solemne que os hago, maГ±ana por la maГ±ana cruzarГ© ese portГіn, sГ, el portГіn del Palazzo del Governo. Me presentarГ© al Consiglio dei Migliori y reclamarГ© el cargo que me corresponde por derecho, por haber sido prometida como esposa a Andrea Franciolini: ВЎSERГ‰ VUESTRO CAPITANO DEL POPOLO!
El entusiasmo explotГі entre los allГ presentes, quien estaba de rodillas se levantГі, todos abandonaron los utensilios y armas que tenГan en la mano, alguien se dirigiГі hacia la joven y noble dama para levantarla y llevarla en triunfo por la Via delle Botteghe hasta la Piazza del Mercato. Lucia, izada por los brazos de algunos energГєmenos, sonreГa, y su sonrisa iluminaba todo y a todos. En un momento dado incluso las campanas de las distintas iglesias comenzaron a repicar festivas. Cuando el cortejo llegГі delante del Palazzo Baldeschi, Lucia pidiГі ser puesta en el suelo, porque estaba muy cansada y querГa entrar en su mansiГіn para reposar.
―Ahora, marchad y volved mañana para festejar al nuevo Capitano del Popolo y al nuevo Obispo de Jesi.
Mientras la multitud se dispersaba y Lucia estaba a punto de cruzar la puerta de su casa familiar, a muchos no se le escaparon unos movimientos allГЎ, en la entrada del Palazzo Ripanti. El vicario del Cardenal Cesarini estaba haciendo cargar a toda prisa su equipaje en un carro arrastrado por caballos.
ВЎEse bastardo se ha aprovechado todo lo que podГa y ahora se estГЎ marchando! ―dijo para sus adentros ―Mejor asГ. No estoy convencida de poder controlar a todos los que reclaman su cabeza.
Las emociones de aquel dГa habГan sido tales y tantas que habГan hecho caer a Lucia en un sueГ±o profundo sin ni siquiera haber cenado. Le hubiera gustado darse un baГ±o caliente antes de acostarse pero en palacio no habГa ni siquiera una sirvienta que pudiese ayudarla. AdemГЎs, debido a que habГa preferido adoptar para las niГ±as la residencia del campo habГa transferido allГ la mayor parte de los domГ©sticos y en el austero palacio Baldeschi habГan quedado muy pocos sirvientes, la mayorГa masculinos, que se ocupaban de las cocinas y de los establos.
Fue despertada por una insistente llamada a la puerta de su habitaciГіn cuando todavГa no se habГa hecho de dГa. Con esfuerzo se levantГі de la cama, se arreglГі lo mejor que pudo y abriГі la puerta un poco, para ver quiГ©n era el que la disturbaba a aquella hora insГіlita. Un muchacho joven, todavГa imberbe, pero vestido perfectamente con un jubГіn, calzas y un sombrero con una larga pluma en la cabeza, hizo una reverencia e intentГі excusarse por la hora, casi balbuciendo.
―Pido mil perdones, mi Señora, pero lo que os debo decir es de la máxima urgencia. Me manda el verdugo de la Piazza della Morte.
A Lucia se le subiГі el corazГіn a la garganta y su mente, todavГa soГ±olienta, se volviГі lГєcida de repente, recordando que aquella era la hora decidida para la ejecuciГіn de Mira. ВїQuГ© estaba sucediendo? ВїPor quГ© el verdugo habГa mandado a este joven a importunarla?
―Espera un momento, muchacho. Me pongo presentable y enseguida voy contigo. Siéntate en un asiento en el pasillo. Lo haré lo más rápido que pueda.
Se peinГі los cabellos, vistiГі un hГЎbito sobrio que le diese libertad de movimientos, y en poco tiempo llegГі hasta el joven que estaba en el pasillo.
―Bien. ¿Qué ocurre?
―El verdugo os reclama en la Piazza della Morte.
―¿Por quГ©? ―respondiГі Lucia indignada. ―¡HabГa dicho con claridad que jamГЎs asistirГa a la ejecuciГіn de mi sirvienta! AsГ que, Вїpor quГ© molestarme?
―Hay un problema. El Гєltimo deseo de un condenado a muerte es sagrado y debe ser concedido. El verdugo no puede proceder hasta que la vГctima no haya sido satisfecha. Es una ley no escrita pero para Gerardo, nuestro verdugo, es una cuestiГіn de honor.
―¿Y yo qué tengo que ver, si puede saberse? ¿Cuál es el último deseo de Mira?
―Ese es el meollo del asunto. Vuestra sirvienta ha pedido que estéis cerca antes de morir. Debéis venir.
―De eso ni hablar. Me he prometido a mГ misma que nunca asistirГa a una ejecuciГіn capital.
―En ese caso me veré obligado a ir a despertar al juez Uberti, al que no le hará mucha gracia…
Habiendo comprendido la indirecta, y sabiendo que en aquellos dГas era mejor no meterse en problemas con las autoridades de la vieja guardia, Lucia decidiГі seguir al joven a la Piazza della Morte. A fin de cuentas, en unas pocas horas se presentarГa en el Palazzo del Governo y despedirГa a las viejas cariГЎtides que, ahora ya, no continuarГan asumiendo cargos pГєblicos. Por lo tanto, era mejor no comenzar enemistГЎndose con el juez y los otros antes de tiempo.
Mientras caminaba por la Via delle Botteghe en la humedad de las primeras luces del amanecer, Lucia se estrechГі el vestido debido a un escalofrГo, a pesar de que ya estaban en plena estaciГіn veraniega. AtravesГі Porta Rocca mientras seguГa al muchacho que le abrГa camino, pero cuando vislumbrГі a su joven sirvienta el corazГіn le dio un vuelco, lo sintiГі latir en el cuello y no consiguiГі contener las lГЎgrimas que intentaban brotar de sus ojos. Mira ya tenГa la cabeza apoyada en el cepo. El verdugo estaba allГ, al lado de ella, con la capucha en la cabeza y el hacha, muy afilada, apoyada en el suelo. Ni siquiera se habГa preocupado en recoger los cabellos de la condenada en una cola o en un moГ±o ya que el dГa anterior ya se los habГan cortado casi a cero los torturadores del Padre Ignazio Amici. La noble dama sintiГі encima la mirada suplicante de su sirvienta y no pudo evitar acercarse, acariciГЎndole la nuca y acercando sus labios a la mejilla de la muchacha.
―Mira…
La sirvienta bajГі la mirada y se dirigiГі a su antigua ama con un hilo de voz.
―Ahora puedo morir feliz. Os tengo al lado. SГ© que me habГ©is ahorrado un suplicio incluso mГЎs atroz y os lo querГa agradecer personalmente antes de morir. Rezad por mi y recomendad mi alma al SeГ±or.
Lucia cogiГі la mano de Mira, se le acercГі mГЎs y le susurrГі unas palabras al oГdo de manera que ni el verdugo ni el muchacho que la habГa acompaГ±ado pudiesen oГrla.
―QuerrГa tambiГ©n ahorrarte este suplicio. Tengo unas monedas de oro conmigo. PodrГa pagar el silencio de estos dos. MandarГ© al muchacho con el carpintero para pedirle que haga una caja, diciendo que Г©ste era tu Гєltimo deseo: ser enterrada dentro de un sarcГіfago. El verdugo no te matarГЎ pero contarГЎ a todos que lo ha hecho. HarГ© que llene la caja con piedras, de manera que pese como si contuviese tu cuerpo y la harГ© colocar en los subterrГЎneos de la Chiesa della Morte. Nadie mirarГЎ adentro. Tu escaparГЎs por la cuesta y llegarГЎs al convento de las Clarisse della Valle. Vestida de monja no te reconocerГЎ nadie. Deja pasar el tiempo y luego alГ©jate de Jesi. PodrГЎs rehacer tu vida en cualquier sitio...
―No, mi SeГ±ora. La muerte no me da miedo. Mi vida acaba aquГ, hoy, en esta plaza, sobre este cepo. SГіlo aseguraos de que mi cuerpo tenga una digna sepultura.
Mira volviГі la mirada hacia Gerardo, asintiendo con la cabeza. El verdugo lo entendiГі al vuelo. El deseo de la condenada habГa sido concedido, se podГa proceder. Lucia dio un paso atrГЎs, soltГі la mano de Mira mientras el hacha se levantaba. ObservГі los ojos del verdugo a travГ©s de los agujeros practicados en la capucha y le pareciГі verlos brillantes. Pero no tuvo tiempo para comprobar la veracidad de su intuiciГіn porque con un golpe seco el instrumento se abatiГі sobre el cuello de la vГctima. La cabeza rodГі sobre el empedrado mientras que el resto del cuerpo fue movido por convulsiones durante un instante hasta que se puso rГgido y cayГі de lado. Los chorros de sangre provenientes del cuello rozaron a Lucia pero ni una gota ensuciГі sus vestidos.
DespuГ©s de un momento de silencio absoluto se sintiГі a lo lejos el canto de un gallo. Estaba amaneciendo cuando la Piazza della Morte fue atravesada por un grito prolongado, un grito proveniente de las entraГ±as de Lucia Baldeschi.
―¡Noooooo….!
CapГtulo 7
Las cabalgaduras eran veloces y no temГan las cuestas, las bajadas y los senderos en medio del bosque. AsГ que, para evitar el centro de Ancona, Andrea y Gesualdo habГan atravesado el estrecho valle entre las colinas, habГan vuelto a subir por el Taglio di Candia y, dejando a su izquierda la Rocca di Montesicuro, habГan descendido hasta Paterno. Desde allГ, habГan llegado enseguida al castillo delle Torrette, posesiГіn de los pacГficos Conti Bonarelli. Las puertas del castillo, como de costumbre, estaban abiertas y, por lo tanto, Gesualdo hizo una seГ±al a su joven amigo para atravesar el patio interior sin pararse a dar explicaciones.
―¡Eh, vosotros! Paraos y bajad del caballo. ВїNo conocГ©is las buenas maneras, descarados villanos? ―les apostrofГі un guardia que ya habГa cogido una flecha del carcaj y estaba armando su ballesta mientras los dos caballeros levantaban el polvo del patio haciendo que se marchasen atemorizados cualquiera que se encontrase en su camino.
Gesualdo levantГі el pendГіn con la enseГ±a del Duca di Montacuto, invitando a Andrea a que hiciese lo mismo, para hacer comprender con quien se las tenГa que ver quien se entrometГa en su camino. El guardia los mirГі ceГ±udo, escupiГі al suelo, pero bajГі el arma. En unos minutos los dos aparecieron desde la puerta septentrional del castillo y se encontraron sobre el amplio sendero de tierra que discurrГa por la costa hasta la desembocadura del Esino.
El sol ya estaba en lo alto cuando Gesualdo dirigiГі la palabra a Andrea. El mar, a su derecha, era atravesado por esplГ©ndidos reflejos debidos a los rayos del sol. Era tal el resplandor que se corrГa el riesgo de quedar ciego si se volvГa la mirada hacia la extensiГіn de agua. A la izquierda, la colina descendГa abrupta hasta el camino, a ratos con cornisas rocosas, a ratos con los Гєltimos confines de un intrincado bosque de encinas y robles.
―Dentro de poco estaremos en Rocca Priora. Es territorio jesino pero tengo amigos. Nos pararemos a recuperar fuerzas y a pedir información sobre la seguridad del recorrido. Sabemos perfectamente que unos malencarados han debido pasar antes que nosotros. Si son personas inteligentes no habrán debido hacerse notar. Pero me ha dado la impresión de que aquellos dos eran unos idiotas ―dijo Gesualdo tirando de las riendas y frenando a su caballo.
Andrea se adecuГі y los caballos pasaron del veloz galope a un paso mГЎs moderado, a un trote que obligaba a los caballeros a apretar las rodillas y secundar los movimientos de los animales.
―Idiotas y borrachos, ВЎpero no por esto menos peligrosos! ―replicГі Andrea dando una ojeada a la fortaleza a la que se estaban acercando. ―¡Mira, Gesualdo! ВїNo te parece raro? Es un puesto avanzado de frontera pero no hay vigГas en el paseo de ronda de la guardia.
Ni siquiera habГa terminado la frase cuando su caballo se encabritГі dado que dos flechas llegaron silbando y se clavaron en el terreno a pocos pasos de sus dos patas. Andrea tuvo que agarrarse bien para no ser desmontado, pero consiguiГі mantenerse en la silla, lanzГі una mirada hacia su anciano compaГ±ero y comprendiГі al vuelo lo que Gesualdo tenГa intenciГіn de hacer. Este Гєltimo hizo que su caballo hiciese un brusco movimiento lateral hasta obligarlo a girar sobre sГ mismo para dar la impresiГіn al enemigo de que se estaba batiendo en retirada. Andrea lo imitГі yendo detrГЎs. Retrocedieron un poco por el camino, luego doblaron tierra adentro y se sumergieron en el intrincado bosque ribereГ±o, constituido en su mayorГa por ГЎlamos y sauces. Mientras que los ГЎlamos se elevaban hacia lo alto, los sauces ofrecГan una buena protecciГіn a los dos caballeros que, moviГ©ndose con circunspecciГіn, intentando actuar de manera que su paso no agitase las ramas de los ГЎrboles, ya que no hacГa viento, llegaron a las orillas del rГo Esino, que en esa Г©poca del aГ±o estaba bastante bajo, por el hecho de que la estaciГіn seca ya duraba bastante tiempo. Metieron a los caballos en el agua para salir por la otra orilla y llegar hasta la Rocca sin atravesar el puente que estuvieron a punto de cruzar poco antes, cuando habГan sido atacados.
―Ten cuidado. La otra orilla estГЎ formada por terrenos pantanosos. Los caballos podrГan hundirse en el fango y nos verГamos obligados a abandonarlos. Y no serГa una buena idea continuar a pie. Debemos quedarnos en el agua. ВїVes aquel canal? Lleva el agua del rГo al foso que rodea la fortaleza. Llegaremos a la parte de atrГЎs del castillo a travГ©s del foso. Recuerdo que allГ hay una puerta de servicio que no serГЎ difГcil de abrir. Es una puerta de madera que permite que nos introduzcamos en los sГіtanos. No sabemos lo que ha ocurrido. QuizГЎs nuestros dos amigos han cogido por sorpresa a los guardias y estГЎn en el interior del castillo pero no estoy seguro. He oГdo con mis oГdos que nos esperarГan en la torre de Montignano, que es un fortГn mucho menos protegido y estГЎ ya en territorio de Senigallia.
―¿Y qué piensas que ha sucedido aqu�
―QuizГЎs el castillo, sin nosotros saberlo, ha sido vГctima de un ataque enemigo, a lo mejor ha caГdo en las manos de los soldados del Duca della Rovere. No lo sГ©, pero de algo sГ estoy seguro: que sea quien sea el que nos ha lanzado aquellas flechas se encuentra en el interior de la fortaleza. No han sido arrojadas desde arriba, desde el paseo de ronda de la guardia, sino desde alguna de las aberturas que hay entre el primero y el segundo piso. Si tenemos suerte, entraremos en la Rocca desde los sГіtanos y cogeremos por sorpresa a nuestros enemigos que, tal como yo lo veo, no deben ser numerosos.
―No, Gesualdo, podrГa ser un suicidio. No sabemos con quiГ©n nos toparemos, ni sabemos cuГЎntos hombres encontraremos allГ dentro. Intentemos escondernos en la parte trasera del castillo y alejarnos hacia el norte.
―Quizás tienes razón, mi joven amigo. Veo que tienes la mente de un hábil estratega más que la impulsividad de un viejo guerrero como yo, que siempre busca la pelea a cualquier costa. Y esto es algo positivo.
Mientras tanto habГan alcanzado el foso que rodeaba la fortaleza y ahora estaban debajo del puente levadizo, extraГ±amente bajado, a pesar de la hostilidad mostrada poco antes desde el interior. Permaneciendo siempre en el agua y haciendo el menor ruido posible, rodearon la construcciГіn, llegando al lado que miraba al mar sobre el que no se abrГa ninguna ventana, con el fin de no ofrecer un fГЎcil acceso a los piratas provenientes del AdriГЎtico.
―En este momento no deberГa ser arriesgado abandonar el foso ―susurrГі el Mancino procurando mantener el tono de la voz lo mГЎs bajo posible ―Terminaremos en el terreno pedregoso que, desde aquГ, llega hasta la orilla del mar.
En efecto en aquella zona el suelo no era pantanoso y los detritos llevados por el rГo Esino durante siglos habГan formado una playa de gravilla y piedrecitas, tan hermosa de ver como traicionera para los cascos y las patas de los caballos. Cuando los animales estuvieron en seco, los caballeros los incitaron para alejarse a paso veloz pero el fondo de gravilla obstaculizaba los movimientos de los animales que cuanto mГЎs intentaban alejarse mГЎs se hundГan entre las piedras. Llegado un momento, el caballo de Gesualdo se doblГі sobre las patas anteriores, permaneciendo arrodillado; el caballero, desequilibrado hacia delante, fue lanzado desde la silla y cayГі al suelo pero consiguiГі ponerse en pie con una hГЎbil cabriola. VolviГі al caballo, cogiГі las riendas, le gritГі para que se levantase y saltГі de nuevo a la silla.
―Veo con placer que todavГa eres ГЎgil como un jovenzuelo a pesar de la edad y de que tГє sГіlo puedas usar un brazo. Felicidades. ВЎTenГa razГіn en quererte a mi lado para este peligroso viaje! ―dijo Andrea que, no obstante la situaciГіn, no habГa perdido el espГritu.
Pero el alboroto, el ruido de las patas de los caballos sobre la gravilla, los gritos humanos y los relinchos equinos, realmente no habГan pasado inadvertidos desde el interior de la fortaleza, desde la cual, en aquel momento, estaban saliendo tres caballeros ataviados con armadura, con las celadas en la cabeza y con las lanza en ristre.
―¡Como se querГa demostrar! ―imprecГі Gesualdo ―Los emblemas son los della Rovere. Escapemos mientras estamos a tiempo. No me apetece ser atravesado por sus lanzas. Tenemos algo de ventaja. Y tambiГ©n sus caballos tendrГЎn dificultades para galopar sobre la gravilla. Pongamos los nuestros al paso y vayamos hacia el norte siguiendo la playa. Si mantenemos la distancia no nos alcanzarГЎn. En cuanto sea posible nos meteremos tierra adentro y nos dirigiremos hacia la poblaciГіn de Monte Marciano. Los Piccolomini siempre se han mantenido neutrales tanto en relaciГіn con Jesi como con Senigallia. Los esbirros de della Rovere no nos perseguirГЎn.
Pero un poco mГЎs adelante, todavГa en la playa, hacia el norte, se toparon con un grupo de guerreros a pie, vestidos con las casacas rojas, que tambiГ©n portaban las enseГ±as de Della Rovere. Se oyГі una primera explosiГіn acompaГ±ada por una nube de humo. Andrea sintiГі un objeto silbar pasando rГЎpido cerca de su oreja.
―¿Qué era? ―preguntó a su amigo.
―Una bala de plomo. Tienen armas de fuego. Fusiles de carga delantera. Mucho menos precisos que las flechas pero mГЎs mortГferos si te alcanzan.
―Hemos caГdo en una trampa, Gesualdo. ВїQuГ© hacemos ahora?
―¡Mira allГЎ! ―respondiГі Г©ste Гєltimo que, de una ojeada, habГa ya concebido un plan. Una pequeГ±a faja de hierba habГa conquistado una lengua de playa y se dirigГa hacia la colina, a breve distancia. ―Esa es una buena vГa de escape.
Mientras otras balas de plomo silbaban cerca de sus cabezas los caballos, en cuanto llegaron a la faja de terreno mГЎs estable, relincharon satisfechos, recuperando las fuerzas y ganando en poco tiempo la falda de la colina. Por su parte los tres caballeros enemigos se habГan lanzado en su persecuciГіn y ahora lo que pasaba cerca de ellos no eran ya balas metГЎlicas sino peligrosas flechas con una punta afiladГsima. Por fortuna, los caballos de Andrea y del Mancino eran mucho mГЎs veloces que los otros y tampoco iban cargados con caballeros vestidos de armadura. Los dos amigos lanzaron los caballos hacia arriba por el escarpado sendero que subГa hacia el nГєcleo habitado de Monte Marciano. Cuando llegaron a lo alto de la colina, con el pueblo ya a pocas leguas de distancia, se giraron hacia abajo y vieron que los hombre de Della Rovere no se habГan aventurado mГЎs allГЎ de un cierto punto.
―Como estaba previsto, en los territorios de los Piccolomini no entran. Por ahora hemos puesto a salvo la vida ―afirmó el Mancino.
―¡Por ahora! ―fue la respuesta de Andrea.
Los dos esbirros, Amilcare y Matteo, eran originarios de un pequeГ±o pueblo de las montaГ±as en el territorio de la Reppublica Serenissima di Venezia. Ponte nelle Alpi se encontraba en el camino hacia Alemania, que seguГa hacia el norte, mГЎs allГЎ de los baluartes rocosos de los Dolomitas, hasta llegar a tierras alemanas. Al menos una vez cada dos meses los habitantes del pueblo invadГan el Tirol para aprovisionarse de cerveza. Algunos de ellos habГan intentado aprender el arte de destilar la cebada y el lГєpulo para producir el hermoso lГquido color ГЎmbar y espumoso pero, dada incluso la dificultad para entender la lengua de los amigos tiroleses, nunca habГan conseguido obtener un producto lo bastante bueno como el que iban a comprar mГЎs allГЎ del paso transalpino. Amilcare, que era un goloso de la cerveza, habГa llevado una buena provisiГіn que, ahora ya, estaba a punto de acabarse.
―En esta zona, no sé porqué, la cerveza es imbebible. Hace sólo una hora y media que estamos cabalgando y ya está caliente como el pis ―dijo Amilcare, bebiendo del odre y emitiendo un sonoro eructo.
LanzГі el contenedor vacГo y flГЎcido al compaГ±ero mГЎs joven que lo cogiГі al vuelo y lo levantГі sobre la boca abierta haciendo caer las Гєltimas gotas del lГquido. Luego, desilusionado, lo colgГі detrГЎs de la silla. A Matteo, con tal de meter en el cuerpo algo estimulante le iba bien incluso el vino local y de esta manera habГa robado un par de odres de Rosso Conero de las bodegas del castillo de Massignano. Se habГa dado cuenta de que el vino tinto era bueno aunque no estuviera fresco pero que se podГa ingerir una cantidad muy inferior con respecto a la cerveza antes de que comenzase a marearse. AsГ que, por el momento, intentaba no pasГЎrselo al compaГ±ero que habrГa bebido una cantidad exagerada sin darse cuenta.
―¡TodavГa tengo sed! ВЎPГЎsame el vino, Matteo! ―casi gritГі Amilcare volviГ©ndose a su compaГ±ero, inconsciente de que estaban acercГЎndose a los muros del castillo de Rocca Priora, despuГ©s de haber atravesado ruidosamente el puente de madera que permitГa superar el rГo Esino.
―¡De eso ni hablar! ―respondió el otro ―Debemos permanecer lúcidos, por lo menos hasta la hora de comer, para llevar a cabo la misión que nos ha confiado el Duca. Después de que hayamos ensartado al petimetre y a su guardaespaldas, podremos celebrarlo. Intenta permanecer en silencio. Estamos debajo de los muros del castillo. ¿No querrás que nos caiga encima toda la guarnición de soldados?
Amilcare hizo un gesto con la mano como si quisiese aplastar un fastidioso insecto.
―El Duca ha dicho que no debemos preocuparnos, ni aquà en Rocca Priora, ni cuando lleguemos a la Torre di Montignano. Ha engrasado las bisagras de las puertas justas y nadie se preocupará por nosotros. ¿Ves soldados que nos observen desde el paseo de ronda de la guardia?
―No, pero esto no me tranquiliza. Estarán bien escondidos pero seguro que nos están observando.
―Pero no nos pararán. Y en la torre de Montignano no encontraremos ninguno. Tenemos el campo libre, tomaremos posiciones, esperaremos a los dos y los dejaremos secos sin que se den cuenta. Un trabajito sencillo y limpio. Luego no nos quedará otra cosa por hacer que volver a Ancona a recoger la recompensa y ya está… A casa. No veo la hora de volver a nuestras queridas montañas. Y, en cuanto sea posible, ten la seguridad de que llamaré a la puerta del burgomaestre de Vipiteno para hacer una buena provisión de cerveza. ¡Aparte de vino!
Y hablando de esta manera emitiГі otro sonoro eructo en direcciГіn a una abertura en los muros del castillo, detrГЎs de la cual habГa tenido la impresiГіn de ver brillar unos ojos que observaban la escena. Pero nadie, en la fortaleza, dio seГ±ales de vida y los dos la superaron sin problemas. Avanzaron hacia septentriГіn siguiendo la ribera del mar, con los caballos a los que les costaba un poco avanzar en el terreno pedregoso, hasta que llegaron al Mandracchio, un baluarte hecho erigir por Piccolomini para defender la zona interior de las correrГas de los piratas. Entraron en la fortaleza e hicieron abrevar a los caballos, luego se saciaron ellos mismos en la fuente de agua fresca. El patio, ya desde primeras horas de la maГ±ana, era un ir y venir de personas de todo tipo, desde campesinos que con la carreta cargada de frutas y hortalizas se dirigГan a vender sus productos al mercado de Monte Marciano, a los seГ±orones locales que exigГan los diezmos a los labriegos para que continuasen cultivando los terrenos de su propiedad, a los hombres armados que montaban a caballo, despuГ©s de escogerlos con cuidado en los establos. Un mozo de cuadra se acercГі a Matteo y Amilcare y, despuГ©s de haber superado el asco debido al olor que los dos emanaban, se dirigiГі a ellos de manera amable.
―¿Quizás necesitáis cabalgaduras frescas, messeri? Por dos piezas de plata cuido vuestros caballos y os doy otros bien frescos. Cuando volváis a pasar por aquà a la vuelta podréis recoger vuestras cabalgaduras.
―No volveremos a pasar por aquГ a la vuelta ―replicГі Matteo, haciendo lo posible para que no fuese Amilcare quien respondiese, siendo Г©ste Гєltimo mГЎs rudo de modales que Г©l. ―Los caballos son del Duca di Montacuto y es mejor que se los devolvamos. Nos va en ello nuestras cabezas. Realmente debemos llegar a la torre de Montignano. Ahora ya no deberГa estar muy lejos. IndГcanos el mejor camino.
―¿Cuál es la recompensa por la información? ―preguntó el muchacho a Matteo poniendo al mal tiempo buena cara.
Matteo echГі un poco de vino tinto de uno de los odres llenos en aquella que habГa contenido la cerveza, vaciada poco antes, y se la ofreciГі al joven mozo de cuadra.
―Esto deberГa ser suficiente. Si no te basta siempre puedo invitarte a husmear el aliento de mi compaГ±ero. ВЎNo tienes mГЎs que pedirlo!
El muchacho observГі a Amilcare con aire asqueado y aceptГі el odre que le ofrecГan.
―Coged por la cañada y llegad hasta el pie de la colina. No vayáis hacia la localidad de Monte Marciano, manteneos a la derecha para alcanzar la cresta de la colina. Seguid siempre el sendero en lo alto de la colina y llegaréis a la torre mucho antes de la hora de la primera comida. ¡Mucha suerte!
―Suerte a ti, muchacho. Y gracias. ―Matteo casi estuvo a punto de sacar una moneda del talego que les habГa dado el Duca el dГa anterior pero la mirada de Amilcare le hizo desistir de recompensar aГєn mГЎs al mozo de cuadra.
Tiene razГіn Amilcare, dijo para sus adentros Matteo. Con su actitud amable, este podrГa ser un espГa y ponernos detrГЎs unos ladrones, una vez visto el saco con las monedas. ВЎMejor no arriesgarse a perder tiempo teniendo que degollar a unos vulgares ladrones!
Para el Duca Francesco Maria Della Rovere, expulsar a los Medici de Urbino y volver a poseer sus tierras feltresque era ya una cuestiГіn de principios y habГa llegado el momento justo. Su padre, Giovanni Della Rovere, seГ±or de Senigallia, habГa hecho edificar por el arquitecto y estratega Francesco di Giorgio Martini, una majestuosa fortaleza en Mondavio, en realidad a mitad de camino entre Senigallia y Urbino. Francesco no entendГa muy bien la posiciГіn estratГ©gica de aquella suntuosa fortaleza ya que Г©sta se encontraba en el interior de sus posesiones y no en un puesto de frontera, donde serГa justo que estuviese. En ese lugar nunca serГan atacados y, de hecho, la fortaleza nunca habГa sufrido asedios desde que habГa sido terminada la construcciГіn, y ya habГan pasado casi treinta aГ±os. Pero el edificio era una impresionante fortaleza y se presentaba ante el ojo humano como una terrorГfica mГЎquina de guerra, en la que cada forma y estructura estaba estudiada para resistir los ataques perpetrados tanto con armas tradicionales, de lanzar, como de las modernas armas de fuego que se estaban difundiendo cada vez mГЎs. La misma fortaleza estaba provista de las mГЎs mortГferas armas de guerra conocidas: catapultas, trabuquetes, bombardas y otros inventos mortГferos. En la armerГa habГa tambiГ©n un cantidad tal de fusiles, pistolas y arcabuces como para armar a una guarniciГіn de un millar de soldados. El depГіsito donde era conservada la pГіlvora para disparar estaba perfectamente aislado y protegido y los guardianes habГan colgado en las pareces una imagen de Santa BГЎrbara, para prevenir, gracias a su protecciГіn, el peligro de explosiones accidentales.
Por lo tanto, el Duca habГa elegido transferirse aquГ, dejando la Rocca Roveresca de Senigallia, porque Mondavio representaba el lugar ideal del que partir para la conquista de Urbino. Y debГa hacerlo antes de que llegase Malatesta desde Rimini o, peor, desde Pesaro. El final de la primavera del aГ±o del SeГ±or de 1522 era el momento adecuado para mover las propias guarniciones. El Papa Leone X habГa muerto y habГa sido sustituido por el Cardenal Adriano Florensz de Utrecht, que habГa tomado el nombre de Adriano VI. Г‰ste era una marioneta, de cuyos hilos tiraba la oligarquГa eclesiГЎstica, y todos estaban convencidos de que no durarГa mucho antes de que el Cardenal de Firenze, Giulio Dei Medici, hubiese tramado algo para reconquistar el solio pontificio. Por lo tanto, era necesario aprovechar el momento, anticipГЎndose a los movimientos tanto de los Malatesta como de los Medici. Pero creГa a su lugarteniente, Orazio Baglioni, un incapaz. Y, si incluso no hubiese sido un incapaz desde el punto de vista estratГ©gico y militar, lo creГa, de todas formas, un espГa de Malatesta. SГіlo unos meses antes, en diciembre, Francesco estaba aliado con Malatesta y junto con Г©l habГa mandado las legiones pontificias desde Fabriano y desde Camerino, restableciendo el poder de los Duchi di Varano y dirigiГ©ndose, a continuaciГіn, con las milicias unidas hacia Perugia. Se habГan parado a la noticia de la muerte del Papa Leone X, volviendo, respectivamente, a sus territorios de Senigallia y Pesaro. Oficialmente Francesco Maria Della Rovere todavГa estaba aliado con Malatesta y prueba de eso era aquel lugarteniente que continuaba a tener entre sus pies. Era necesario eliminarlo y coger un buen sustituto para su puesto, si querГa entrar en Urbino rГЎpidamente, burlando a su viejo aliado. SГіlo un nombre le rondaba por la cabeza, el de Andrea Franciolini. HabГa hecho averiguaciones sobre Г©l, en la Г©poca en que habГa asaltado la ciudad de Jesi, unos aГ±os antes. Los mercenarios a sueldo lo habГan puesto al borde de la muerte pero se las habГa arreglado. No habГa comprendido muy bien cГіmo habГa escapado a la condena de muerte que pendГa sobre su cabeza, quizГЎs gracias al largo brazo del Duca di Montacuto, por lo menos eso se decГa por ahГ. Franciolini era joven pero tenГa fama de ser muy bueno, como condottiero y como combatiente. Pero con el estado actual de las cosas parecГa que estaba retenido, desde hacГa ya unos aГ±os, en la Corte del Duca Berengario di Montacuto. Gracias a algunos espГas que tenГa en el castillo de Massignano, dos jГіvenes siervos de origen senigalliese, finalmente habГa obtenido la informaciГіn que necesitaba.
―Montacuto se ha puesto de acuerdo con Malatesta para enviar a su servicio al joven Franciolini. El 22 de mayo, Andrea Franciolini, con un hombre de escolta, pasarГЎ por la zona de Senigallia, para llegar hasta Malatesta en Pesaro y unirse a su ejГ©rcito ―le habГa contado el joven cocinero Giuliano, un dГa que habГa vuelto a Senigallia con la excusa de ir a buscar a su madre ―Pero no llegarГЎ jamГЎs porque es una trampa. En efecto, el Duca di Montacuto se ha puesto de acuerdo en secreto con el nuevo Papa para malvender la Marca Anconitana al Estado Pontificio por unos miles de florines de oro. Y, por lo tanto, ahora Franciolini es un personaje incГіmodo. Lo harГЎ matar por dos sicarios cerca de la Torre di Montignano. Poco importarГЎ, cuando llegue ese momento, que estГ© por medio tambiГ©n aquel que, hasta ahora, ha considerado su brazo derecho, Gesualdo, llamado el Mancino. El Duca di Montacuto necesita dinero, mucho dinero, es ha endeudado hasta las cejas para hacer edificar una enorme, a la vez que inГєtil, fortificaciГіn para la defensa del puerto de Ancona. Y ya no consigue justificar sus gastos ante el Consiglio degli Anziani. AsГ que...
―He comprendido ―dijo Della Rovere haciendo deslizar en las manos del muchacho algunas monedas de plata ―AsГ que ha decidido vender al mejor postor la ciudad, la fortaleza, el puerto y los territorios, eliminando los personajes incГіmodos. Creo que dentro de unos dГas encontrarГЎn muertos a todos los componentes del Consiglio degli Anziani de la ciudad de Ancona. QuiГ©n sabe, a lo mejor una epidemia, ВЎrepentina y providencial!
Esa misma noche, el Duca Francesco Maria Della Rovere, entrГі en Mondavio. A la maГ±ana siguiente, los sirvientes de Orazio Baglioni encontraron al lugarteniente tendido en su propio lecho con los ojos abiertos de par en par y con espuma que le salГa por los labios. Sobre el mueble de al lado de la cama fue encontrado un vaso que todavГa contenГa residuos de lГquido envenenado.
―Se ha suicidado ―sentenciГі el Duca en cuanto le contaron la noticia ―Hace unos dГas me habГa confiado que sufrГa de penas de amor. Estaba enamorado pero la damisela objeto de sus deseos le habГa rechazado dos veces. ВЎUna pena, era un soldado valiente. Ahora deberГ© encontrar un digno sustituto!
La jornada primaveral anunciaba la llegada de un verano tГіrrido y Francesco Maria vestГa un ligero jubГіn amarillo y unas cГіmodas calzas. En ese momento tenГa treinta y dos aГ±os pero demostraba algunos mГЎs. Era un hombre no muy alto pero robusto, el fГsico templado por las innumerables batallas, siempre combatidas en campo abierto. Incluso como condottiero nunca habГa retrocedido ante una batalla. Y los enemigos que habГa matado ya ni se contaban. La larga barba oscura, los cabellos rizados y el estrabismo del linaje Montefeltro, heredado de su madre, hacГan de Г©l un hombre sombrГo, que infundГa temor a cualquiera que se le pusiera delante. Era infrecuente que vistiese hГЎbitos ligeros como ese dГa. A menudo, incluso en sus mansiones, vestГa jubones claveteados y calzas reforzadas. Y nunca abandonaba su espada, siempre dentro de su funda sobre el flanco derecho. Por razones polГticas se habГa casado muy joven, con sГіlo quince aГ±os, con la hermosa Eleonora Gonzaga, con la que habГa tenido un hijo, Guidobaldo, que ya tenГa ocho aГ±os. Mujer e hijo estaban muy lejos de Г©l y de sus campos de batalla y gozaban del lujo y de las comodidades de la Corte de Mantova. Pero cuando Urbino estuviese de nuevo en su poder, harГa que Eleonora y Guidobaldo fuesen al Palazzo Ducale de Urbino que, en cuanto a hermosura, no se quedaba atrГЎs con respecto al castillo de los Gonzaga. Y el hecho de tener de nuevo a Eleonora a su lado le permitirГa comenzar a pensar en tener otro hijo. Es verdad, su descendencia estaba asegurada, pero un seГ±or que se respete debe tener un montГіn de hijos, para mostrar en pГєblico y para enviar, en el momento oportuno, a desempeГ±ar importantes cargos, dignos del nombre que llevarГan.
Pensar en su mujer ausente, le habГa producido deseos e instintos reprimidos desde hacГa tiempo y ya sentГa como se erguГa su sexo. ВїPero cГіmo hacer para satisfacer en aquel lugar instintos que surgГan con toda su potencia?
LlamГі a un soldado de confianza, aquel que en ausencia del lugarteniente mandaba a sus tropas con base en Mondavio, el capitГЎn de armas Lorenzo Ubaldi.
―Ahora que el leal Baglioni ya no estГЎ, querrГa pasar revista a la fortaleza para percatarme de las fuerzas que tenemos. Venga, guГame por los meandros y por los baluartes del castillo.
Pero la intenciГіn del Duca era la de hacerse conducir a los calabozos, donde sabГa que estaban detenidas tambiГ©n mujeres jГіvenes. AsГ que demostrГі interГ©s, pero de manera superficial, en la Santa BГЎrbara, en el alojamiento de los soldados, en la plaza de armas y en los paseos de ronda de la guardia. Sin embargo, se parГі en un estudio, que habГa pertenecido a su padre, en cuyo centro destacaba un escritorio de madera maciza y donde tres de las cuatro paredes estaban ocupadas por estanterГas llenas de libros. Aunque aparentemente no lo parecГa, El Duca era un apasionado de la cultura y la literatura, aparte de arte y arquitectura, y por lo tanto decidiГі en su interior que pasarГa bastante tiempo en el interior de aquella habitaciГіn. Mientras pensaba que podrГa hacer de Г©l su estudio personal otro acaloramiento proveniente de su bajo vientre le recordГі su necesidad inmediata. Hizo una seГ±al con la cabeza al soldado que lo acompaГ±aba y, siempre guiado por Г©l, volviГі a descender las escaleras, saliГі al patio de armas, pasГі al lado de un moderno caГ±Гіn, acariciando con una mano la frГa caГ±a metГЎlica, luego indicГі una abertura en arco cerrada por una potente reja de hierro.
―¿Qué hay all� ―preguntó fingiendo no saber nada.
―¡Las prisiones, Excelencia!
―Quiero visitar a los prisioneros. ¿Tienes las llaves de los candados?
―SГ, pero os lo desaconsejo, Vuesa Excelencia, no es un espectГЎculo agradable. La mayor parte de ellos son condenados a muerte y...
―¡Yo decido lo que es agradable o no para mГ! ―dijo volviГ©ndose al soldado, mirГЎndolo ceГ±udo, con el ojo estrГЎbico que no se sabГa bien en que direcciГіn miraba. ―¡Abre!
En cuanto atravesГі la verja saliГі a su encuentro el guardia carcelero, un hombre con la espalda gibosa, los dientes estropeados y un aliento pestilente. Pegado al cinturГіn el mazo de llaves que le servГa para abrir las celdas. Los dos hombres acompaГ±aron a Francesco Maria por el oscuro pasillo, de tierra batida, que se adentraba de manera descendente hacia los subterrГЎneos de la fortaleza. En cuanto llegaron a un antro aclarado por algunas antorchas, donde el olor de excrementos era insoportable, el Duca se dio cuenta de que las celdas ocupadas por los prisioneros estaban todas del mismo lado, de manera que no se pudiesen ver y tampoco, de ningГєn modo, comunicarse entre ellos.
―¿Qué han hecho? ―preguntó.
El carcelero se acercГі a la primera celda y escupiГі en direcciГіn a un hombre que allГ estaba detenido.
―Es un asesino. De la peor calaña. Ha matado a la mujer y herido de muerte a su propia hija. ¡Acabará colgado de una cuerda! No veo el momento de verlo balancearse.
El prisionero, en un primer momento, bajГі la mirada, luego, como preso de una furia repentina, comenzГі a gritar.
―¡Yo no he sido! ¿Cómo te lo tengo que decir?
Siguieron adelante y, enseguida, el hombre se callГі. En otra celda habГa una joven, una muchacha que tendrГa mГЎs o menos catorce aГ±os. TenГa los brazos encadenados al muro y estaba acuclillada en el suelo. Un mugriento vestido, que alguna vez habГa sido blanco, no conseguГa cubrir sus senos que, aunque inmaduros, desbordaban desde el escote desatado. TambiГ©n las piernas estaban descubiertas. Sucias de tierra y fango. El carcelero guiГ±Гі el ojo al Duca.
―Ella es una bruja. Ha sido sorprendida en el bosque recogiendo hierbas. Deberemos colgarla o ponerla en la hoguera pero todavГa esperamos a un sacerdote de la Santa InquisiciГіn que llegue aquГ para hacerle sufrir un justo proceso. La hemos tenido que encadenar porque tenemos miedo de que, gracias a cualquier tipo de magia, se nos pueda escapar emprendiendo el vuelo. Pero es lista y ha aprendido bien las lecciones que le he enseГ±ado. ВїQuerГ©is probar, Vuesa Excelencia?
El esbirro, dГЎndole lo mismo el linaje de su SeГ±or, dio un codazo al Duca, luego trasteГі con los candados y abriГі la verja de la celda. LiberГі tambiГ©n las muГ±ecas de la muchacha, le dio un bofetГіn y la mirГі fijamente con una mirada sombrГa y amenazadora.
―¡Sabes cuál es tu deber! Hazlo bien y también te salvarás esta vez. El inquisidor no llegará y tu proceso será aplazado.
Sin ni siquiera darse cuenta Francesco Maria se encontrГі solo en la celda con la joven bruja. No es que la cosa le apeteciese mucho, se sentГa asqueado de tener que aprovecharse de una muchacha tan joven e indefensa. ВїY si alguien se enteraba y se lo decГa a su mujer Eleonora? Pero cuando sintiГі que le quitaban las calzas y se percatГі de que la brujita tenГa la piel delicada y dos labios que sabГan besar en sus partes mГЎs sensibles, comprendiГі que su carcelero la habГa instruido a la perfecciГіn. Se dejГі guiar por la joven que, despuГ©s de besarle y estimularle durante mucho tiempo, puso su duro sexo dentro de ella, hasta hacerle llegar al deseado orgasmo. Francesco Maria gozaba, como desde hacГa tiempo que no lo hacГa, pero no conseguГa liberar su mente de un Гєnico pensamiento: ВїcГіmo devolver la libertad a aquella pobre muchacha?
―¿CГіmo te llamas? ―le preguntГі, todavГa jadeando, mientras comenzaba a acariciarle el cuello, haciГ©ndola arrodillarse delante de Г©l y guiГЎndola de manera que la boca se acercase a su sexo goteante de lГquido blancuzco.
―Ubalda ―respondiГі la muchacha, comenzando a sorber sus humores, para despuГ©s acoger el miembro del Duca, que habГa vuelto a recuperar vigor y turgencia, entre sus labios.
Francesco Maria la dejГі hacer durante un tiempo hasta que alcanzГі un segundo momento de placer. En ese momento estrechГі las manos alrededor del cuello de la bruja. SintiГі que emitГa un breve gemido, luego su joven cuerpo, privado de la posibilidad de tomar aire, se derrumbГі, desplomГЎndose poco a poco sobre el suelo de tierra. Le habГa devuelto la libertad. Para siempre.
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